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LA PATRIA DE TODOS LOS DÍAS


Escribe: Joaquín Castellanos

El palpitar de los concurrentes al festejo por el Bicentenario de la Bandera agotó cierto intento por mostrar en veredas diferentes a la política actual y la Historia, las militancias y la familia, las adhesiones y los rechazos al Gobierno nacional. La convivencia armónica de las diferencias bajo una misma bandera como síntoma de actualidad. Postales de una celebración popular que burlaron el riesgo de caer en la lógica del gran acto escolar.


El pulso cotidiano fue a los festejos tal cual es. Como el celeste y el blanco de la bandera, la propia celebración se encargó de  marcar claramente las divisiones de las franjas, imposible de maquillar con puestas en escena la realidad diaria de los ascensores, las colas de los bancos o las mesas de bares y/u hogares bien constituidos.
El juego de las diferencias fue fundamental para el éxito de la celebración.
Así se confundieron en la multitud las mujeres pitucas con los hombres sin afeitarse; el destello en los ojos de las madres trabajadoras con las relucientes escarapelas de los compuestos caballeros belgranianos. Fueron lo  mismo las convicciones de los genuinos y enceguecidos militantes que el pesado tour de los manifestantes contratados. Laburantes y laburadores. Los de arriba, los de abajo, media clase media y la otra media clase media. El pecho inflado de los paladines de la democracia y los pies embarrados de los héroes de la igualdad.
Más de 80 mil almas que luciendo sus particularidades inventaron una vez más a ese irreal y certero ser nacional que suele aparecérsenos tanto en las peores pesadillas como en los más nobles sueños.


CAMINO AL ACTO
El 27 de Febrero fue feriado por primera y única vez. Por eso los almacenes cerraron en los barrios y los bares céntricos abrieron pero resistieron vacíos con la esperanza de recibir el regreso.
Las calles también estaban desiertas a las tres de la tarde, salvo algunos detalles. Un hombre de unos 40 años envuelto en una bandera argentina que le llegaba a las canillas usó sus brazos para abrazar a su querida y hacerle señas a un taxi. Empataba en entusiasmo al nene que de la mano de su madre portaba orgulloso la 10 en la espalda, sobre las tiras albicelestes de la Selección: acaso su contentura tuvo algo que ver con la Patria pero seguro que influyó estar parado en un día sin escuela que fue el pupo de un fin de semana largo alargado con un paro docente.

METÁFORA NACIONAL
Por el flamante carril exclusivo de calle Santa Fe desfilaba una decena de carros tirados por caballos que volvía del Monumento. En todos y cada uno de ellos flameaba una bandera argentina. Algunos colectivos, taxis y autos particulares se amontonaron detrás hasta ver un resquicio y subirse apurados al andarivel rápido. La tromba pasó acelerada y puteando por un costado de los vehículos más lentos, traccionados a sangre.
A un lado, a metros de los quietos leones del Palacio municipal, los micros repletos rugían mientras vomitaban pancartas y enseñas partidarias teñidas de celeste y blanco. Enfrente, entre los árboles de la plaza, hasta en las carpas de un reclamo ondeaba descolorida la enseña que Belgrano nos legó.

(MUY) ALTA EN EL CIELO
Como a una estrella de la TV o a un ídolo del verde césped, a “la bandera más larga del mundo” la gente la toca, la besa, le saca fotos y la filma con sus telefonitos. Está hecha de pedazos de tela distintos, como la Patria. El locutor que arenga desde el palco oficial dijo que Alta en el Cielo cumple diez años y grita “viva la Patria, viva Belgrano, viva Rosario, viva Santa Fe, viva Argentina”.
Julio Vacaflor y un sinfín de colaboradores, a su modo también desobedecieron rigurosos mandatos y reinventaron el fervor por la bandera. Y durante el acto tuvieron su lugar central: dividida en cuatro larguísimos retazos, la interminable lienzo sagrado llegó desde cada punto cardinal de la ciudad hacia el escenario. Desde el Parque España, al Norte; el Parque Irigoyen, al Sur; la Plaza Pringles; en el oeste; y nada menos que desde el Este, cruzando en varias canoas el Paraná provenientes de las islas frente al Monumento en manos de  pescadores.
Una hora antes del comienzo oficial del acto, cuando el camino celeste y blanco se abría  paso entre la efervescencia de los grupos partidarios y guiaba a los desprevenidos hacia el palco, sin seguir ninguna instrucción, los presentes entonaron Aurora espontánemente.
A contraluz del último sol, del repleto patio cívico del Monumento el público parecía chorrerar de a miles hacia La Fluvial y la Aduana.  
“El que no llora es un inglés”, dijo entre lágrima y risa nerviosa una chica, mate en mano.
Las banderas –celestiblancas pero también rojas de izquierda, verdes sindicales y hasta alguna de Central y de Newell’s. Todas las banderas.



CARTAS PARA CRISTINA
El vuelo de un helicóptero fue la alarma.
“Ahí viene; ahí viene…”, gritó una señora y alzó su bandera con una sonrisa de comercial de televisión.
A un costado del escenario estaban montadas las vallas.
“¿Cartas para Cristina?”, desde el lado prohibido, preguntó una chica vestida y maquillada como para una fiesta. En la mano llevaba algunos papelitos.
Un hombre con un bebé en brazos se arrimó trabajosamente hasta el borde y consiguió entregar una notita. Más acá, un muchacho se estiró para hacer llegar una estampita a la recolectora de mensajes.
En medio del fervor, alguien dijo en voz alta: “qué le va a llegar a Cristina… si Cristina quiere escuchar lo que el pueblo pide, que pare la inflación…”.
Las miradas también pueden ser documentos de identidad.
En los ojos es donde más se notaron los sentimientos hacia Cristina cuando desde la ventanilla abierta pasó saludando.  

JURA MASIVA
La Patria de manual es un deseo imposible. La nostalgia de un sueño incumplido e incompleto siempre pero maravilloso.
Manuel Belgrano llegó a caballo. Mientras la efervescencia militante se aplacaba era y el actor que encarnó al prócer tragaba saliva, fue muy difícil no pensar en los actos escolares,  un riesgo inevitable después de tanta gimnasia pedagógica nacional. Pero hay otro riesgo que es el de, en un descuido, conmoverse de modo irreversible.
“Si aman y respetan esta bandera expresen un sentido: sí, juro”, pidió Belgrano en un contexto de estadio de fútbol.
El arte de Juan Carlos Baglietto y Lito Vitale para interpretar las canciones patrias remataría cualquier sombra de resistencia a por lo menos suspirar.

USO DE LA PALABRA
Fein y Bonfatti hablaron de Belgrano, la Bandera, la Patria. Cristina también lo hizo pero a su manera. Además –o a propósito- de la Historia, se refirió a temas de la agenda política actual. Un poco por su investidura presidencial, otro poco por su genética partidaria.
            El eco del discurso de la Presidenta reluce notablemente en los rostros de aprobación y de rechazo de quienes la escuchan; de fascinación por la gran oradora y de mofa por la vil charlatana, según el espectador. Más allá de las posturas, cuando habla Cristina no vuela una mosca. 


MIRADAS
            Algunos se quedaron esperando los fuegos artificiales que nunca llegaron.
            “¿Para qué?, si para pirotecnia ya estuvieron los discursos”, ironiza un intelectual nihilista que mira como desde arriba de un pescante a todos antes de la desconcentración.
            Es la última oportunidad de los vendedores ambulantes y los cronistas de llevarse algo de los que vinieron.
            “Salen 10, las mascaritas”, pregona. El vendedor es un hombre araña celeste y blanco. Usa de las máscaras que vende para taparse el rostro y estar a tono con la camiseta de la Selección y el pantalón blanco que ostenta.   
            En el éxodo final, las voces primeras retumban.
            “Adelante las banderas sindicales y políticas; atrás los que sólo llevan la bandera en el pecho y no los trajo nadie…”, dispara indignado un hombre que no quiere decir ni su nombre de pila.
Entonces alguien se acerca y suelta su parlamento cuando todavía flota en el aire en antetior: “me pareció una gran fiesta de todos los argentinos que muchos la vivieron con bastante intensidad. El discurso de la Presidenta me gustó en el sentido de su carga de energía, eso de tirar para adelante. Estoy contento, quería estar cerca de esto”.


El grabador sigue prendido y se suceden las opiniones sin que nadie haya preguntado nada.
            Hasta en lo gestual son visibles los ánimos. Mientras alguien da su parecer los que pasan por al lado enarcan las cejas y se muerden los labios inferiores o hacen la V con los dedos.
El juego de las diferencias fue fundamental para el éxito de la celebración. La Patria de manual es un deseo imposible.
La neutralidad es patrimonio exclusivo de los que venden escarapelas.

(Esta semblanza del acto del Bicentenario de la Bandera forma parte del número de marzo de la revista Rosario Express que estará en los kioskos desde el lunes 12)






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