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FONTANARROSA CONTRAATACA


Escribe: Joaquín Castellanos
Fotos: Sebastián Granata

“Llegaban de todas partes. Como un malón enceguecido por la furia de cinco años de espera, una nutrida columna de reprimidos lectores dejó calle Corrientes para tomar por peatonal Córdoba en dirección a Ross. Desde el otro lado, con un entusiasmo menos exteriorizado pero con similares ansias, otra horda igualmente vengadora avanzaba a paso firme hacia la librería céntrica permitiéndose las pausas suficientes para el avistaje de algunas minas. No dejaron ni que el empleado más puntual metiera la llave en la cerradura: ordenadamente hicieron estallar la vidriera y a los tirones se fueron quedando con los libros.
“Algunos rezagados lloraban con las manos vacías a la par de los curiosos desconcertados que se iban arrimando al quilombo para ver si por lo menos podían ver algún herido. 
“ – En HomoSapiens todavía quedaban algunos…”, recomendaba uno que cargaba celosamente un ejemplar de El Área 18, otro de No sé si he sido claro, y medio de La mesa de los galanes”.
Nos hubiera gustado que fuera así. Pero el 22 de octubre de 2012, cuando finalmente Fontanarrosa tuvo luz verde para regresar a los anaqueles, la ciudad lo recibió tibiamente. En parte, acaso fuera por esa doble ausencia que marcó la partida: su desaparición física y la de su obra, rehén de un conflicto judicial entre sus herederos.  

FONTANARROSA VUELVE
            Compartiendo escaparate con éxitos comerciales de autoayuda y biografías faranduleras, los cinco primeros títulos de la obra del Negro que reeditó Editorial Planeta aparecieron una mañana detrás del vidrio, mirando hacia la calle.
            Pese al anuncio propalado por los noticieros, a muchos los sorprendió que ya estuvieran a la venta esos libros que se fueron volviendo inconseguibles.
            “La gente se desacostumbró. Han preguntado tanto acá por los libros de Fontanarrosa y los hemos bochado tanto, que ahora no digo que no se acuerden, pero es como que se calmó mucho, demasiado se calmó la cosa…”, explicó un empleado de El Cairo, donde también se venden los reaparecidos cuentos y novelas del autor rosarino.
Aunque Rosario era prioridad, desde la editorial no mandaron la cantidad prometida porque no alcanzó para repartir en todo el país por la demanda que recibieron de los comerciantes del rubro. En apenas dos de las principales librerías locales, tras los anuncios previos en redes sociales y medios convencionales, y de promociones especiales, sólo el primer día del mentado regreso se vendieron más de 50 ejemplares de cada uno de los cinco títulos, aunque también se registraron más de 40 reservas solicitadas.
“El Negro se fue en su mejor momento. Lo del Congreso de la Lengua fue muy importante, como todos los reconocimientos que vinieron después en organismos públicos y privados. En sus últimos años, su obra llegó a estar en las cabeceras de las mesas de las librerías no sólo del país, sino de Latinoamérica y de España”, dice el empresario editorial Perico Pérez.
Pero esa consagración, a diferencia de la mayoría de los casos en donde la muerte vende discos, películas y libros por sí misma, no prosperó para Fontanarrosa por desavenencias entre sus deudos, quienes recrudecieron sus desencuentros cuando el autor ya no estaba sino apenas en sus dibujos, sus cuentos y sus novelas.   

ESCRITO POR LOS HEREDEROS
Como si se tratara de una novela póstuma, lejos de ser otra pieza cómica, sutil y costumbrista, Fontanarrosa legó al público una historia deslucida que se ambienta en Tribunales, en donde en vez de ocurrencias e ironía hay enfrentamientos y demandas que, ya sabemos, no hacen reír a nadie.
La escriben sus herederos, sus amigos y el entorno.
Desde que la viuda y el hijo del humorista llevaron el caso a la Justicia hace cuatro años, nadie tiene rostro ni nombre. Todos aportan indicios y despistes, chismes y datos judiciales, certezas y elucubraciones.
“Parece una película. Si uno se fija un poco, empieza a aparecer quién es quién en esta historia. Quién va para un lado y quién va para el otro”, advierte sin demasiado detalle alguien que frecuentó mucho al extinto escritor y que se declara cansado del asunto, pero feliz de ver los libros otra vez en la calle.
El conflicto late desde el 22 de noviembre de 2006, cuando Franco Fontanarrosa obtuvo la cesión de derechos de autor de su padre, lo que lo transformó en único dueño de “la propiedad intelectual sobre todas las obras literarias y artísticas que se encuentren publicadas hasta 2002, (año en que inició la nueva relación de pareja del autor)”. De ese año en adelante, el muchacho seguiría siendo el titular de la obra pero con el reconocimiento de regalías por la venta de los libros a favor de Gabriela Mahy, segunda esposa de Fontanarrosa, además de otros beneficios como el reconocimiento del 100 % de la titularidad de dominio del departamento de avenida Wheelwright, que ocupó la pareja hasta el fallecimiento del Negro.
Los tres firmaron ese documento dos días antes de la boda en un hotel porteño ante un abogado, para luego ratificarlo ante escribano público.
Pero tiempo después, hacia 2007, surgiría un inconveniente: ante la posibilidad de un trabajo ofrecido al dibujante para participar de la película animada Martín Fierro, el propio autor le debe pedir autorización a Franco para firmar contrato sin problemas. A través de una adenda, se da el usufructo de los bienes para que su padre acceda a los derechos ya cedidos bajo la figura de usufructo. La operación se hace sin dificultades; sin embargo, el abogado de Mahy sostiene que hay que nulificar la cesión de derecho realizada, y se empieza a insistir a Fontanarrosa para que firme un nuevo documento. En principio, conmovido por lo que le señalan, el escritor parece ceder preocupado a replantear la situación pero termina por dejar todo como estaba.
“El Negro vivía por el hijo y ya sabía lo que estaba pasando”, dice uno de los personajes de los cuentos en su versión de carne y hueso, indignado con lo que lee en los diarios. “Una semana antes de morir, le estaban aplicando células madre en el sanatorio Americano y le seguían insistiendo para que firme”, señala.
A pesar de todo, Fontanarrosa murió sin firmar nada.
Ése es el núcleo del litigio: el motivo principal de la disputa entre viuda e hijo. Aunque vendría mucho más.

LLUVIA DE DEMANDAS
A la semana siguiente de la muerte del creador de Inodoro Pereyra, Mahy inicia la sucesión y se declara “administradora judicial” de dicho trámite.
Después, la viuda demanda ante el Juzgado Civil y Comercial Nº 12 al hijo del escritor por 303 mil pesos, aduciendo que el joven se había quedado “con todo el acervo cultural bajo presión, por los próximos 70 años, tal como establece la ley 11.723”. El planteo cuestiona la legalidad del documento firmado en 2006 y Franco decide no renovar contrato con Ediciones De la Flor, casa que publicó toda la obra de Fontanarrosa desde 1974. Desde noviembre de 2007, los libros ya no se reimprimen, pero la editorial sigue comercializándolos hasta mayo de 2008.
El vencimiento de los contratos que Fontanarrosa firmó con su histórica editorial,  impidió que se reimprimieran los 75 títulos que formaban parte de su obra, aunque las regalías por las ventas de los libros desde 2008 –los que quedaron en el mercado tras su muerte– alcanza los 350 mil pesos, y están en un depósito judicial hasta que la Justicia decida la situación de los herederos.
Por esa razón, Mahy denuncia una vez más que ese parate de ediciones de la obra "produce un daño económico disminuyendo el valor de la obra, y privándola de las regalías que le corresponden por haber sido su esposa".
El caso Fontanarrosa ya es una bola de nieve judicial que no va a terminar ahí. El primer intento de acercamiento de posiciones fue en noviembre de 2011, sin buenos resultados y con un pase a cuarto intermedio hasta seis meses después.
En abril de este año, poco antes de la llegada de una nueva audiencia, en medio de la controversia, Daniel Divinsky, el editor histórico de Fontanarrosa, decide lanzar Negar todo, el libro póstumo de cuentos de Fontanarrosa pero desconociendo a Franco como custodio de la obra de su padre, y acordando con la viuda para llevar adelante la publicación.
Una nueva medida judicial del hijo congela la salida del libro inédito por lo que dos nuevas demandas caen sobre él: una del editor y otra más de Mahy.
En medio de la lluvia de denuncias cruzadas, el juez Fabián Bellicia llamó entonces a conciliación y suspendió todos los procesos, con un pedido principal: “que la obra se publique”. Una vez más no hubo acuerdo, pero en algo parece haber avances.

EL REGRESO ESPERADO
Esta vez, sin la existencia de pacto explícito alguno, las posiciones se encontraron bastante, aunque no sea en la cuestión de fondo.  
“En este momento –decía hace seis meses Soledad Álvarez, abogada de Mahy, en declaraciones periodísticas–, no hay ningún impedimento legal que prohíba que la obra esté en la calle. Eso obedece a la exclusiva voluntad de Franco Fontanarrosa, porque la titularidad formal la tiene él”.
Por eso la noticia del contrato con Planeta es una buena nueva para los lectores pero, en parte, también lo es para los herederos.

“Franco, con el derecho de publicar y todo, se negaba a hacerlo porque no quería que la gente pensara que quería ganar guita –aseveran desde el entorno del hijo del escritor–; cinco años se cagó de hambre. No hubo acuerdo pero Franco decidió publicar pese a un contrasentido que viene padeciendo: si publica algo –en 2007 acordó con Illusion Studios para la realización de la película de animación de Boogie, el aceitoso– y ella (Mahy) le metió una demanda, y si no publica nada, le mete demanda por daños y perjuicios porque le impedía cobrar regalías”, dicen.
Finalmente, dijo basta. Fontanarrosa vuelve a las librerías.
Sin más vueltas, Franco se metió en Editorial Planeta y estuvo trabajando a la par de los editores para sacar “un perfil y unas características estéticas extraordinarias”, aseguran, y a su modo lo atestiguan los libros ya apilados para la venta. También acudió a grandes artistas para los diseños de portada.
Dicen que ya no le importa tanto lo que se preveía: esta decisión le trajo una nueva demanda judicial.
“Está en estado de hipnosis, dice que no puede pensar en otra cosa. Siente que cumplió con su viejo y que lo demás no le importa nada”, señalan.
            “No hay resolución judicial todavía. No hubo acuerdo y aparentemente las partes actúan según lo que consideran tener derecho”, explicó el juez de la causa.
            El placer de leer a Fontanarrosa y reírse solo, por ejemplo, arriba del colectivo y corromper la paz y la amargura del transporte urbano de pasajeros, no tiene representante legal pero ha triunfado. Así como ganó un poco también el Negro y sus sencillas pretensiones: “No aspiro al Nobel de Literatura. Me doy por muy bien pagado con que alguien se me acerque y me diga: me cagué de risa con tu libro”.



 Negar todo
Los días con y sin Fontanarrosa fueron desdibujando a la célebre Mesa de los Galanes de El Cairo. Si la vida se ocupó de esa tarea, el litigio por las pilchas del queridísimo difunto también hizo lo suyo. Acaso heridos porque los herederos eligieron otro tribunal y no a ellos para resolver las diferencias, muchos integrantes de aquella mítica secta de café pasaron a la clandestinidad.
            Por eso tal vez, más de uno se exasperó al leer en los diarios las vergonzosas declaraciones dolidas e hirientes de Divinsky sobre el hijo escritor: “Obviamente, no pudo obligar a su hijo a seguir su decisión: los talentos y los afectos no se heredan”, soltó el editor.
            El hervor de la sangre de algunos los llevó a preguntarle a Franco si no le pensaba responder, pero éste, parco y de perfil bajo, fiel al estilo fontanarrósico, acaso desmintiendo desde el silencio al disgustado dueño de Ediciones de la Flor, optó por no decir nada hasta tanto la Justicia se expida.
“Es cierto que Divinsky fue el editor histórico de Fontanarrosa, como es real lo de la amistad más allá de lo laboral. Pero también es cierto que Divinsky era un pícaro bárbaro y que cuando falleció el Negro, al enterarse de la sucesión en trámite, el editor va crudo a la viuda y entabla una negociación directa con ella”, comenta uno de los que pretende empatar con sus declaraciones “el despropósito de los que escuchan solamente la campana que más ruido hace”.
El hecho figura en la causa: Mahy firmó el 27 de febrero de 2008 como “administradora judicial de la sucesión” un acuerdo con Ediciones de La Flor para la publicación del inédito Negar Todo, una veintena de cuentos que en el marco de las controversias y las sospechas, algunos hasta se animan a poner en duda la autoría de Fontanarrosa.
            “Son veinte cuentos que me mandó por mail tres días antes de morir. Tres, me dijo él, estaban listos: el resto necesitaba un pulido”, publica el diario porteño La Mañana que aseguró Divinsky.
            “Franco debe impedir que se atribuya a su padre obras que eventualmente puedan ser de terceros, por el solo hecho de vender y ganar dinero”, rezan los abogados del hijo.
Hasta ahora, uno de los privilegiados en poder asomarse al texto es el juez que lo incorporó a la causa por el litigio. Los que saben dicen que es lo más desopilante de ése y otros expedientes.


::: Este post es parte de la nota publicada en el número aniversario de la revista Rosario Express :::

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