Hacer un gol de apilada, es parte del fútbol y algunos privilegiados lo consiguen en distintos escenarios y circunstancias. Pero si luego de la corrida mágica, el autor del tanto se levanta como empujado por un resorte de gloria y sale corriendo a festejar, y detrás de él se puede ver a los rivales desolados, desparramados en el piso como después de una catásatrofe... eso es ser Maradona. Si algo le faltaba a Messi era esa cuota de épica que todos reconocen en el Diego como un plus indispensable para que, más allá de lo técnico, haya sido quien fue y seguirá siendo para siempre. Y si algo le faltaba al fútbol era que lo que pasa adentro de la cancha superara lejos a todo lo que se teje afuera, a su alrededor. Que el juego real estuviera un momento por encima del circo que lo rodea, lo que los propaladores especializados replican sin límites, irrespetuosos de la pelota. Porque a lo que asistíamos en esta primera semifinal de la Champions entre Barça y el Real era más o menos a lo qu
de Joaquín D. Castellanos