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Mostrando entradas de diciembre, 2010

LA TENTACIÓN

Sabe que no es lo que se espera de ella. La mujer tiene la mirada perdida y el cuerpo todo ansioso y predispuesto. Se acerca tímida pero decididamente. Camina con la seguridad del cazador furtivo que tiene a la presa en la mira. Ya no hay tiempo ni excusas para dudar para desistir para el arrepentimiento. Sabe que no está bien visto. Tiene el alma embarcada y el corazón incorruptible. Digamos que el placer es su único horizonte. Entonces sin más se brinda entera, se entrega a la pasión, se funde en el deseo mismo. En puntas de pie, sigilosa pero firme, con una mano sutil pero intranquila se cuelga del dulce fruto como un animal desesperado y satisfecho. Como un ala cómplice el otro brazo hace equilibrio con el bolso de red de los mandados bamboleante. Cuando pasa por la morera que está junto a las vías.

RALITISHOU

La primera secuencia arranca desde el fondo. Desde los cinco asientos del fondo, del final del pasillo. Vamos a ponerle unos ocho/nueve segundos: lo que demore el protagonista en subir los tres escalones de la puerta de adelante y se pare detrás del hombre de camisa celeste. Ahí el colectivo vuelve a moverse pero nosotros lo detenemos: que se congele la imagen. Y ponemos ahora la vista desde adelante. Desde abajo de la inscripción de “El Detalle”, bien en el centro del marco superior del amplio parabrisas; ahí, entre los nombres de los hijos del colectivero -Milton y Joana-; encima del dibujo del Cristo de brazos abiertos y túnica inmaculada, cruzada por una banda roja, subrayado por el dato certero que hace saber que se está viajando en el coche treintisiete. Pero, claro, como no hay movimiento por unos segundos, es como si viéramos una foto que tiene en primer plano los ojos del colectivero enfocados hacia arriba y adelante -acordémonos que lo está mirando al otro por el espejo, ah

POBRES DE NOSOTROS

Y, ¿si en vez de llamarlos pobres les llamáramos monstruos? Digo, como para no herir susceptibilidades a la hora de que mis hermanos de clase media y mis primos de clase alta se alarmen con esto que estoy escribiendo sobre esto que está pasando. Digo, por todo eso de lo de la tintura, el cigarrillo infaltable, las zapatillas de marca y los teléfonos celulares de última generación que cualquier manifestante puede encerrar en su bolsillo mientras se queja en el noticiero porque no tiene un lugar propio donde vivir. ¿Y yo que me rompo el alma (por no decir culo que queda feo) laburando? ¿Yo que alquilo hace ya ocho años? Vos también, me animaría a decir. Y yo que tengo mi casa sin declarar todavía porque o como o declaro. Ah, claro, y también por lo de los mil hijos que cada uno tiene, motivo por el cual en la cola de un banco oí decir a alguien que es la fábrica de soldados para alimentar ese ejército de la ignorancia que permite a los del Poder manejarnos como quieren, etcétera, etcéter

POSESO

El optimismo no era una característica que definiera a aquella reunión. Después de intensos debates y ante la ausencia de una solución inmediata, el grupo se decidió, sin mucho convencimiento, por acometer aquella empresa inédita en la que ninguno de esos hombres en su fuero íntimo confiaba. -- Se trata de hacer la prueba, Dr. Mena. Si todavía no pudimos conseguir resolver esto a nuestra manera; si, como hemos comprobado ya, no alcanzan nuestras disciplinas para estos casos, hay que abandonar la firme tesitura de oponernos a estos métodos y resignarnos. -- Por mí, pueden hacer lo que quieran, profesor- dijo el médico alzando los hombros y dejándolos caer inmediatamente en su lugar- Ya todos conocen cuál es mi posición al respecto pero si no queda otra alternativa, que se haga entonces. 2 Hilario Fabbro había sido el último en llegar a la casona de la familia Redín, en las afueras de Granadero Baigorria, en el margen oeste de la autopista a Santa Fe. “¿Qué puede aportar un maestro de es

MASCULINO SINGULAR

Al Flaco Pissoti lo conocí cuando era piba. Vivía al lado de Paola, la gringuita que supo ser compañera mía en los asaltos, de chico. Linda era... no, el flaco Pissoti no. Paola era linda piba. Rubiecita -pero no de esas rubias palidonas, transparentes- mas bien trigueña… el pelo clarito y unos ojos de muñeca que ahora no me acuerdo si eran azules o verdes. Me vivía regalando boludeces... qué sé yo, ponéle un portarretrato, una tarjetita, no sé, un póster de Amigos son los amigos, me acuerdo. Te hablo de cuando éramos noviecitos o algo sí. Estábamos juntos sin que nadie lo confirmara del todo. Nada formal: si había un cumpleaños o un baile de la escuela, no hacía falta decir ni hacer nada: Paola bailaba conmigo. Con el tiempo hasta fue entrar juntos para que el turquito Abdala se retorciera de envidia y los pibes de la barra se sintieran orgullosos de mí. Pero la verdad es que no había gran beneficio, eh. Cuanto mucho era sentirla recostarse un poquito sobre el hombro durante un tema

LA DULCE ESPERA

Sintió un irrefrenable deseo de ver dibujada al menos una letra. Ni siquiera pedía ya encontrarse con una palabra que significase cualquier cosa. Le bastaba que sus ojos se posaran aliviados en cualquier partícula del alfabeto. Lo habían visto pasar más de una vez por los pasillos en penumbras, con una ansiedad que jugaba con su cara. Lo habían observado pasar como quien busca agua: la mirada alerta, escrutante. Había atravesado las baldosas con el ímpetu kamikaze de los bichos que se estrolan contra los fluorescentes, yendo hacia la luz de las oficinas deshabitadas a esa hora en la que los oficinistas suelen dormir. Cuando otra vez la silueta ambulante apareció detrás del ventanal, casi automáticamente, el hombre de guardapolvos blanco miró desde su mesa al mozo con cierta complicidad. De pronto, el caminante se hundía en las sombras y en el salón de café todo seguía como antes de cada incursión. En el camino de vuelta hacia la habitación transformó mecánicamente los números de las p