Escribe: Joaquín Castellanos
Fotos: Leonardo Vincenti
Una nena y un perro en la vereda. Los libros se escapan
por la ventana.
Una casa de antes, con las aberturas y el techo altos.
Las inscripciones deliberadas en la fachada se confunden con las marcas
clandestinas en aerosol. Un cartel en la puerta dice “Biblioteca Popular Pocho
Lepratti. Fundada el 18-10-2002”. La silueta del militante social alado sobre
ruedas y, por supuesto, hormigas: gigantes, obreras, obstinadas; muchas
hormigas caminando por las paredes.
María de los Ángeles mira hacia adentro.
“¿No sabe si hay alguien?”, interroga la nena.
Tiene ocho años, y recibir una pregunta como respuesta la
pone en guardia: advierte que su abuela le dijo “que no hable con extraños”.
El perro mira silencioso y antes que nadie escucha los
pasos que llegan desde el interior. Un hombre de anteojos saluda e invita a
pasar.
Se llama Carlos Núñez, es el presidente de la institución
y oficiará de guía por los recovecos de la casona de Virasoro 39 bis que la
biblioteca alquila desde hace más de 9 años en Tablada. .
“Desde el arte, el juego y la educación, un lugar para
encontrarnos con la solidaridad, el compromiso y la participación”, reza una
pintada en el ingreso.
El templo pagano está lleno de murales de colores, de
frases y consignas que remiten al
evangelio social según lo entendió el joven entrerriano, rosarino por adopción,
que le dio nombre a este espacio.
El laborioso insecto es un ícono que resume la silenciosa
y obstinada lucha por cambiar el mundo desde las acciones cotidianas, casi
invisibles.
Claudio "Pocho" Lepratti nació en Concepción
del Uruguay el 27 de febrero de 1966 pero se volvió rosarino desde el momento
que decidió echar raíces en dos de los barrios más postergados de la ciudad:
Ludueña y Las Flores. Había estudiado Derecho en calidad de alumno libre y fue seminarista
en el Instituto Salesiano de Funes. Pero su camino de hormiga se trazó febrilmente
en los ’90 cuando se dedicó de lleno a la militancia social desde su particular
visión de hacer antes que hablar. Lo demás es historia conocida: la represión
de diciembre de 2001 le apagó la vida y las barriadas se lo adueñaron como a un
Cristo contemporáneo que ilumina los altares cotidianos adonde no llegan las
religiones convencionales. Como a un milagro que multiplica las manos que se
tienden ante las necesidades.
“No sé cómo me pasaron las cosas en relación a lo social.
Fui indagando, conociendo hasta que me encontré con cuestiones con las que no
estaba de acuerdo, que quería cambiar. Con la política una se mete primero en
un nivel más teórico a la par de la carrera universitaria, y después de a poco
te vas cansando de leer el libro y querés poner las manos en la masa, querés
empezar hacer cosas”
Julieta está en el último año de Psicología en la UNR. El
año pasado llegó un día a la biblioteca con ganas de ayudar y se empezó a
quedar.
“Vivo relativamente cerca del barrio, estaba buscando un
lugar para involucrarme, para trabajar con jóvenes y niños que es mi población
de interés principal. Pasa que el tema de la distancia es bastante limitante en
mi caso porque no tengo más que una bici…”, explica.
Nada parece estar librado al azar.
En 2001, ella tenía 14 años. Su recuerdo de aquella
época, dice, es muy vago. “Mi vieja estaba como loca, tenía pánico que vuelvan
los saqueos del ‘89… se quería ir no sé adónde. Me acuerdo a ver visto en las
noticias toda esa paranoia que se vivía. Y, bueno, la historia de Pocho no la
conocí para nada en ese momento”.
Cuenta que cuando llegó debió llenar un formulario con
las áreas de interés y ella puso todas.
“Y,
sí. Para mí el camino nunca está cerrado. La idea es estar con la cabeza
abierta y dispuesta a hacer”, reflexiona.
“Una biblioteca popular es mucho más que un lugar adonde
se va a buscar un libro”, señala Núñez, 58 años, psicólogo, docente
universitario de profesión. Y desarrolla una explicación interesante acerca del
lugar del libro en sitios donde hay otras prioridades.
“Vivimos una época de cambios muy importantes, y existe
un imaginario social construido que hay que romper: lo de andar entre los
libros en puntas de pies para no molestar porque es un lugar adonde está
depositado, durmiendo, todo el saber. En
realidad, al menos en una biblioteca popular, el libro tiene que ser la excusa
para producir otras cosas o esas cosas los motivos que te lleven al libro. Pero
sin ese valor agregado, más allá del libro, la cosa no funciona.
En los barrios, la dimensión de lo comunitario debe
entrar mucho más fuerte que aquella idea original del espacio para leer”.
Algunos de los estantes que alojan a los 16 mil libros
que hoy tapizan las paredes de la Sala de Lectura “Rubén Naranjo” son los
originales. Es decir, las maderas que en pleno 2002 fueron recogidas de las
calles del barrio para empezar a soñar.
“Lo nuestro fue abrir en medio de la crisis… por ejemplo,
esto –dice Núñez, y señala lo que lo rodea- estaba todo vacío y empezamos a
traer de nuestras casas una heladera, una mesa, sillas que estaban rotas para
arreglarlas acá. Era buscar en los contenedores y traer lo que sirviera para
darle uso”.
Al principio, los libros eran 235. Vecinos, gente de la
ciudad, sindicatos y organizaciones sociales, entre otras colaboraciones,
contribuyeron al crecimiento.
“Además la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares
(CONABIP) envía muy buen material. Desde hace varios años renovamos el stock y
lo bueno es que donamos mucho de lo
nuestro a otras bibliotecas que recién arrancan. Estamos entregando por año no
menos de 5 mil libros…”
En materia de títulos todo es muy rico y diverso. Entre
los donantes ilustres, están Leticia Cossettini y un sector especial con
títulos editados por la biblioteca Vigil. Y arriba de la mesa principal un
libro de Rodolfo Walsh y otro de Eduardo Galeano dan pistas firmes del
principal menú bibliográfico que aquí se sirve.
“Fundamentalmente, la orientación nuestra tiene que ver
con
los
movimientos sociales, pero además hay novelas, poesía, libros escolares…”,
aclara el anfitrión.
Por estos días, cuentan con un padrón de cerca de 400
asociados. Pero la intención de llegar a cada rincón del barrio siempre está
por empezar.
Desde una foto en blanco y negro, Rubén Naranjo sigue siendo testigo de un sueño colectivo y cultural. No solo por estar en el mismo barrio, la Biblioteca Popular “Pocho” Lepratti toma la posta de La Vigil, aquel asombroso logro autónomo, comunitario e integral que la dictadura supo, con su destrucción, colocarlo en el rango de lo utópico.
“El molde no se ha roto, y de alguna manera los herederos de parte de esos sueños somos nosotros como también lo es La Toma, las empresas recuperadas por sus trabajadores, El Eslabón haciendo su periódico, las radios comunitarias…”, asevera Núñez.
Naranjo escribió alguna vez que cuando venía caminando por las calles sintió que algo volvía a empezar.
_ ¿Cómo consiguieron que Rubén Naranjo vuelva a un lugar, en Tablada mismo, donde todo volvía a empezar?
_ Con Rubén nos unían muchos años de lucha en DDHH. Fue uno de esos humanistas que no quedan, tan difícil de clasificar… Cuando estábamos abriendo invitamos a algunas personas, entre ellas, obviamente Celeste y Orlando –la hermana y el papá de “Pocho”-, los chicos de Ludueña –La Vagancia, el primer grupo de jóvenes del que Lepratti fue el pomotor-, gente de ATE y, particularmente, Rubén. Él venía aquejado por su enfermedad y estuvo hasta el final. Incluso cuando estaba más delicado, las reuniones de Comisión Directiva se hacían en su casa –rememora el presidente de la biblioteca y se emociona hasta quedar al borde de las lágrimas.
“Con Rubén es una deuda de vida –confiesa, y ubica al gran gestor cultural en el lugar que le corresponde en esta historia: “Nos dejó a todos una marca. Y si tenemos la fuerza para superar adversidades y para seguir adelante es por faros como Rubén y como Pocho que nos dan identidad".
Aunque la casa es alquilada, no han escatimado en expandirse territorialmente y más allá de las estanterías la organización social he crecido hacia afuera del edificio donde todo empezó.
Por ejemplo, desde hace tres años cuentan con el jardín de infantes “Las Hormiguitas”, ubicado a dos cuadras de la biblioteca en Necochea y Virasoro, adonde unos treinta chicos concurren en turnos mañana y tarde.
De igual modo, a la vuelta, en Esmeralda 2950 funciona el Taller de Serigrafía que también les pertenece y en el que funciona un espacio de capacitación en oficio con cursos de tres meses de duración.
Además, bien cerquita de los libros, se dictan para los más chicos distintos talleres (de cuentos, plastilina, apoyo escolar, alfabetización, entre otros) y se trabaja en publicaciones propias en comunicación popular.
Cierta vez estuvieron en este recinto el escritor Andrés
Rivera y su esposa Susana Fiorito, responsable de una de las más reconocidas
bibliotecas populares de Córdoba.
“Todo proyecto cultural es a muy largo plazo. No sientan
en ningún momento que ya está”, les aconsejó esa sabia mujer.
Y la relación con la gente, pese a las personas que desde
el primer momento descifraron el mensaje, es una labor diaria aunque hayan
pasado ya casi diez años del comienzo.
Y así lo evidencia una anécdota que da lección acerca de
las distintas nociones de distancia que hoy conviven.
“El año pasado cayeron por acá de Canal 13 de Buenos
Aires para hacer un programa sobre la biblioteca. Yo te aseguro que muchos de
los vecinos de acá a la vuelta supieron de nuestra existencia recién después
que nos vieron por televisión. Bueno, esa es la realidad cotidiana y creo que
aún desde el trabajo territorial, en el barrio, tenemos que aprender a usar
todas las herramientas. Y me parece, en relación a eso, que la dimensión de lo
que puede llegar a ser todo lo que abre la nueva Ley de Medios puede ser fundamental”.
En el fondo del “hormiguero” no es casualidad que se esté
montando una radio.
Radio La Hormiga, con estudios que darían envidia a más de una empresa periodística profesional y un transmisor recién llegado, les permitirá transmitir en 104.3, en principio, para el barrio y adyacencias. Pero con la idea de llegar a todos los oídos a través de Internet con el sueño de ser la radio de Tablada.
Llaman a la puerta:
_ Pregunta mi papá si está la chica de Pocho Lepratti o
alguien –suelta tímidamente una nena.
El padre en cuestión no es -en este caso- alguien que
viene, a averiguar sobre talleres para su hija. Se trata de un vecino que oyó
hablar a dos chicos que pasaban por la vereda, acerca de un robo frustrado hace
unas noches en varias casas entre las que estuvo la biblioteca.
“El barrio está atravesado por una carga muy fuerte de
violencia social. Y nosotros trabajamos sobre eso. Pero es complejo”, sostienen
en la “Pocho” Lepratti, a propósito de ésta y experiencias de robos
sufridos.
“Los vecinos colaboran, cuidan mucho esto. Creo que la
mayoría tiene en claro que son espacios que cuestan mucho y que son de todos.
Tratamos de estar atentos y trabajando desde donde se pueda, de reforzar la
cuestión desde lo solidario”, señalan y agregan atinadamente: “el tema de la
tan mentada seguridad… para nosotros siempre empieza desde que la mayor
seguridad es que todos tengan su trabajo, sus posibilidades de crecer, de
acceso al estudio, a la equidad… a la igualdad de oportunidades que es lo que
está roto”
Ahora, otra vez alguien toca a la puerta.
Detrás de la mujer que viene a buscar a su hija se asoman
las primeras sombras de la noche.
(La presente es parte de la tercera entrega de una serie de crónicas llamada "LAS COSAS POR SU NOMBRE", dedicada a contar pequeñas grandes historias detrás de las instituciones y emprendimientos que se llaman como los rosarinos más célebres. La nota completa forma parte de la Revista Rosario Express de febrero de 2012, que desde el lunes 13 estará en los kioskos)
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