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Tiene un desencanto y una luminosidad feroces. Se lo adivina tan frágil como profundo. Bajo su habitual sombrero, la mirada de vidrio encarcelada en gruesos marcos negros empata en carisma y desamparo.
Verlo de cerca, inicialmente, no confirma ni derrumba las advertencias. “No es un entrevistado fácil”, avisaron quienes lo conocen. Pero eso no es todo.
Por su música que le saca la lengua al idioma y a otras barreras, es tan conocido en todo el mundo como Atahualpa Yupanqui y Astor Piazzolla. También al igual que ellos fue desdeñado en su tierra al punto de meter su instrumento en una valija en busca de otros horizontes.
“Acá a mí una vez me hicieron una crítica porque toqué con medias coloradas”, dirá al respecto. Fundamento suficiente, sumado a una posterior y bien ganada reputación internacional, como para ser portador de un inoxidable rencor.
Hace unas horas que Leandro “Gato” Barbieri está en Rosario, ciudad natal en la que vivió poco más de una década. Se acaba de confirmar la entrevista y fotógrafo y cronista corren a su encuentro.
Está sentado al final del lobby del Ros Tower, con una indiferencia felina. Hay una brevísima presentación formal.
“Rápido”, dice, mirando hacia ninguna parte.
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Apenas recostado sobre su brazo derecho, inclina su cuerpo como a la espera de las preguntas.
Apenas recostado sobre su brazo derecho, inclina su cuerpo como a la espera de las preguntas.
_ Qué lo une a Rosario, teniendo en cuenta aquella Rosario que dejó hace más de sesenta años, y ésta con la que se encuentra ahora…
_ No, no… yo cuando me fui tenía trece años, y jugaba al fútbol. Basta –sentencia con voz pausada, y se detiene para rumbear por sus recuerdos sin que haya otro interrogante de por medio-; y vivía a cinco cuadras del parque Independencia, del club Newell’s Old Boys.
La leyenda dice que se hizo “leproso” por influencia paterna pero el sentimiento rojinegro se habría atado para siempre al corazón de Leandro Barbieri cuando René Pontoni, antigua gloria de “la Lepra”, tras una derrota consoló su tristeza de niño con unas palmadas y un dulce “y qué le vas hacer, pibe”.
_ ¿Y qué piensa del presente de Newell’s?
La pregunta queda flotando en el aire con toda su amplitud. Pero como buen hincha, el hombre le apunta sólo a lo que pasa de la línea de cal para adentro.
_ Que está mal. Que no se puede jugar sin dos delanteros cojonudos. No se puede tener tipos que ni patean al arco, che… dajáme de joder…
_ ¿Es verdad que su deseo era ser jugador de fútbol?
_ Bueno, mi madre me dijo “¿qué querés? ¿ser jugador de fútbol o querés ser músico?”, yo creo que le dije músico… y aquí estoy…
_ Leí por ahí una reflexión suya entre una y otra tarea, que define la diferencia en las responsabilidades: en el fútbol se es uno en un equipo, pero al frente de una banda es otro el asunto…
_ Tenés que tener pelotas y tenés que tener sangre… que es lo que tiene Messi.
_ Y, ¿cómo lo ve a Messi?
_ Genial. Genial. Hace cosas increíbles. Y lo están achicando un poco. Pero él va a salir porque es inteligente. Y otro que me gusta es Dalessandro. Ese pibe es maravilloso.
_ ¿Eso tiene relación con esa costumbre de desvaslorizar los grandes talentos, aquellas personas que sobresalen en lo suyo?
_ Exacto. Acá a mí una vez me hicieron una crítica porque toqué con medias coloradas. Y ellos no saben que allá (por Estado Unidos) los músicos tocan como quieren. Con pantalones cortos, con gorras, todos sucios. Pero tocan. Y nadie se fija en qué cosa usás.
_ A propósito, en la actualidad ¿cómo ve usted, como rosarino y argentino, a nuestro país, a Latinoamérica?
_ Acá estamos en la Época de la Piedra. La mentalidad, querido… La Edad de Piedra.
3
Si algo caracteriza la obra de Barbieri, especialmente desde comienzos de los ‘70, ha sido la fusión con música de raigambre latinamericana. Las crónicas mencionan a El Pampero, Viva Emiliano Zapata y Milonga Triste como parte vital su repertorio, a la vez que se destacan su versión junto al pianista argentino Jorge Dalto de Yesterdays, o A John Coltrane Blues, sin olvidar discos más pop, como Ruby y Trópico. Ecléctico, sin dudas. Razón que potencia su calidad de ciudadano y músico del mundo.
_ ¿Es cierto que usted no se considera argentino sino internacional?
_ Si. Pero eso es porque lo que yo tocó no es argentino, es internacional. Yo toco cualquier cosa: bolero, zamba, cubana, rusa… lo que yo hago es una pelota del mundo de la música sin ponerle un nombre. Es international music. Y son cosas que salieron solas, eh; no las estudié. Porque hay tipos que escriben un montón y cuando tocan lo hacen pésimo, y hay tipos que tocan una nota y eso ya es todo. Ése es Miles Davis. Un genio. Y de (John) Coltrane, no hablemos. Ornette Coleman, Don Cherry… Charlie Parker…
Puede seguir mencionando a sus admirados como un poseso, con el semblante de quien está aquí pero a la vez en otros buenos tiempos. Y su voz ya no es queda como en otros pasajes de la charla. Es entusiasta, clara, rotunda.
_ ¿Qué sintió en su momento al meterse entre esos nombres, de ver el suyo mezclados entre ellos?
La respuesta es sólo una mirada profunda, lejana, desde el fondo de los gruesos lentes.
De repente hace un gesto, con la punta del dedo índice, repiqueteando en la mesa.
“Siento que estoy tocando cada vez mejor pero lo que me pasa es que me estoy quedando ciego. Me estoy quedando ciego y no puedo dormir. Y ese es un problema porque a un instrumento hay que arreglarlo perfectamente. Y yo era perfecto –sonríe. Y hace otra pausa-; desde que me quedé ciego se ha vuelto una frustración pero siento que, pese a eso o por eso, estoy tocando mejor que antes”.
Es El Perseguidor, el cuento de Julio Cortázar. Un virtuoso saxofonista que en el ocaso fluctua entre la lucidez y la autodestrucción. Una vez más, la vida plagia descaradamente al arte.
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Barbieri sólo puede ver de cerca y ya no puede leer partituras, lo que ha condicionado su trabajo. Yo no toca en vivo y se reclutó en su piso frente al Central Park.
“Sufro -confiesa, ahora en otro tono y desde otro ánimo-; eso me pone triste. Todas estas cosas que me han pasado. Estuve ya cuatro o cinco veces en clínicas…
Como corolario de una profunda depresión tras la muerte de su esposa Michelle, en 1995, el músico rosarino debió atravesar un triple bypass.
Y antes había sido, en los ’80, la pérdida de rumbo, desorientado por el cambiante mercado musical y las adicciones.
Pero como buen felino doméstico cayó parado y se reinventó una vez más, como en la música: está casado actualmente con Laura, mamá de su hijo Christian.
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Hay una frase que le atribuyen: "Nadie sabe nada de jazz, la gente no sabe y los críticos tampoco. Los únicos que saben de jazz son los músicos, y entre ellos no se saben explicar ".
_ La improvisación, más allá de quienes son peyorativos de los que la practican, no es para cualquiera…
_ Ah, eso es algo que no te lo puedo decir. Hay tipos que mueven dedos y hay tipos que mueven cabeza y corazón. Tocar música es como acobijar a una mujer para que ella sea buena. A la múscia hay que acobijarla para que sea divina.
_ Su último disco grabado en Buenos Aires…
_ Dejemoslo ahí –recomienda. Y guarda silencio una vez más.
Recientemente Barbieri grabó “New York Meeting”, junto al baterista Néstor Astarita, compañero suyo de la época porteña, además de Carlos Franzetti (piano) y David Finck (contrabajo). Con la producción de Lito Nebbia, la intención fue regresar a los días y el espíritu del Jamaica, uno de los legendarios locales musicales de entonces.
“No se tomó en serio. Yo para hacer un disco tardo quince o veinte días. Si un solo no me gusta, hago otro”, se queja.
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Por momentos, se muestra a gusto, elogia algunos aspectos de la charla que fluye con naturalidad. De golpe, está contrariado, y asegura que no ve la hora de estar en su casa.
Ni más ni menos, así es Leandro “Gato” Barbieri. Aunque, por si quedan dudas guarda una última respuesta.
_ ¿Qué es la fama?
_ La fama no me interesa. Yo ya pasé; mis discos quedaron. Hice 55 discos –se calla como tomando carrera para la embestida final-: y creo que aquí ni los conocen.
La nota completa fue publicada en el número 62 de la revista Rosario Express, de noviembre de 2011. La fotografía fue tomada por Leo Vincenti.-
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