En los últimos 20 años, cerca de 10 mil curas renunciaron al sacerdocio de manera pública y oficial en la iglesia católica latinoamericana. Desde que el nuevo secretario de Estado del Vaticano dijo que el
“el celibato se puede discutir” quedó en primer plano un debate largamente
reclamado por sacerdotes secularizados: una discusión que antes que nada es profundamente
ideológica. Del lado de afuera del templo formal, la particular historia de
vida del cura Oscar Lupori y su esposa Marieta, con dos décadas de labor comunitaria
en el barrio conocido como Fisherton Pobre
Escribe: Joaquín Castellanos
Fotos: Sebastián Granata
Antes de tener diferencias
con la jerarquía católica local por su elección de formar pareja, ya había
tenido un conflicto mayor en relación a la visión sociopolítica de la Iglesia.
En 1968, siete años antes de ponerse de novio con quien sería más tarde su
esposa, Oscar Lupori era párroco en Tortugas. Desde allá comenzó a preparar con
un grupo de sacerdotes una especie de revisión de lo que era la Diócesis de
Rosario y su pastoral, con miras a elevarle un informe al arzobispo Guillermo
Bolatti. Pensaban que era necesario ponerse a tono con el Concilio Vaticano II
desde una óptica latinoamericana. “Nosotros integramos el grupo de Sacerdotes
del Tercer Mundo, y nuestro compromiso social chocó con los intereses de la
Iglesia local. Nuestra visión era que teníamos que resaltar claramente que el
evangelio y la Iglesia están llamados a cumplir de cara a la humanidad un papel
de tipo sociopolítico, lo esencial de su misión es anunciar la buena noticia a
los pobres, a los oprimidos, y que estar distante de eso acababa siendo un beneficio para los
poderosos. Sentimos la necesidad de una actuación muy vinculada al mundo pobre, al mundo obrero. Trabajar por
una transformación social”.
Eran los días de la
dictadura de Juan Carlos Onganía. Los días en los que la región ya palpitaba lo
que desembocaría en los Rosariazos.
“Todo eso concluyó en que a
los 40 que firmamos ese documento, en junio del ‘69 nos pidieron las parroquias, y en la Pascua del ‘71 nos quitaron la
asistencia de ejercicio del ministerio sacerdotal, de modo que no podíamos
ejercer. Nos dieron la opción de irnos con otro obispo: algunos se fueron a La
Rioja con (Enrique) Angelelli, otros a Río Cuarto con (Julio) Blanchoud, y
otros se fueron a Venado Tuerto. Yo fui
de un grupito que dijimos no, de acá no nos movemos”, cuenta el cura al que
aquel conflicto lo llevaría a unirse más que nunca a la tarea pastoral.
Principalmente desde que se divorció de la Iglesia como institución y se casó con
la mujer que ama.
En el oeste de Rosario, en la
planta alta de una casa de nadie y de todos, el hombre que integra el Movimiento
Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDH) y da clases en la carrera de Trabajo Social
en la UNR, se acomoda en una silla a la par de su esposa a la que todos llaman
cariñosamente Marieta.
“Yo soy del grupo de los que
no pedimos la reducción al estado laical
porque nos parece humillante –cuenta Lupori, y explica:- un compañero mío tuvo
que soportar que en la resolución dijera “su cómplice” por su compañera…
¿cómplice de qué? Además ¿qué significa “reducción al estado laical”?, si uno
se va a poner a hablar teológicamente ¿quién se reduce a qué? ¿Que nos quitan qué
oropeles de encima? Nosotros nos casamos por civil, y pedimos hacer una
ceremonia religiosa por aquello que es fundamental en el Evangelio: el
cristiano tiene una única ley: amar. Y el matrimonio, algo que tiene valor de
sacramento para los católicos, tiene que potenciar la capacidad de amar”,
reflexiona.
Sin trabajo, fue albañil
entre el 1969 al 1987. En tanto, con sobresaltos fue profesor universitario: en
el ’68 daba clases y Bolatti lo hizo cesar al año siguiente. Entró en el ‘73
nuevamente a la UNR y el Golpe de Estado le quitó el cargo en marzo del ’76.
“A la Iglesia local siempre
le molestó que Oscar -igual que la compañera, pero sobre todo él por el tema
del celibato- nunca abandonara en nada su tarea: desde los estudios teológicos,
lo social, y el laburar sólo para comer: él nunca dejó de hacer”, dice Marieta.
Después de casado, junto a su esposa trabajó con chicos discapacitados.
Fue la época en que un
ministro de educación mandó a preguntar con un terecero que qué estaba haciendo
Lupori ahí… La respuesta no se hizo esperar: “decíle que estoy haciendo la
Revolución”, recomendó el observado.
“Estuvimos
un tiempo viviendo en la zona sudoeste, después alquilamos en calle Balcarce y
en los 90 nos vinimos aquí”, comenta Lupori.
“Aquí” es “Fisherton Pobre”: “Los
propios vecinos en la asamblea barrial de 2001 le pusieron así”, explica la
esposa del sacerdote secularizado.
Desde hace 20 años, el matrimonio
lleva adelante un trabajo territorial orientado a principalmente a niños y
adolescentes. Empezaron en la escuela del barrio, siguieron La Casita –un
espacio que alquilaban en la manzana del colegio- y desde hace dos años, con
casa nueva y actividades casi todos los días, y con reuniones los fines de
semana en las que se llegan a congregar hasta 100 chicos para compartir mate
cocido con masitas y juegos.
“Jesús no fue a cenar con el
Rey, el representante de los romanos; el se ponía a cenar con los pobres (la
multiplicación de panes era para los que no tenían qué comer). Y los fariseos que se consideraban piadosos
decían, ¿cómo puede cenar con esta gente?”,
argumenta el sacerdote sin templo formal, en el altar cotidiano desde el que se
puede ver buena parte del barrio.
“Jesús no fue a meterse en festicholas, estaba curando enfermos.
Jesús estaba comprometido con esto y ése tiene que ser el compromiso de la
iglesia. Y creo que Francisco lo está dejando en claro: los gestos de cariño y
de ternura, por fuera de los que son las rigideces del protocolo, las rigideces
a veces de tipo legal, a veces institucional. Porque una cosa es que lo legal
sirva para apuntalar formas de andar y evitar andar a la deriva, y otra cosa es
que lo legal sirva para potenciar un grupo de Poder”.
Más cerca del cielo que de
los ruidos terrenales de los autos que pasan, Lupori desgrana su pan de
experiencia.
“El
celibato puede tener sus dificultades así como ser casado también puede
dificultar la tarea pastoral. Hay que ser realista. Lo valioso de esto, sería
que fuera libre, opcional. Así se aprovecharían muchas cualidades de personas
que han sido puestas al margen, y que se podrían recuperar. Personas altísimamente
valiosas que a la Iglesia le permitiría aquello de Juan XXIII: que entre un
aire fresco, ponerse al día. Vendría muy bien. Y, por otro lado, en esta
situación uno de los riesgos que no se vayan a creer que uno quiere hacer una
iglesia aparte. Porque uno no pretende eso. Eso sí, termina por descubrir el valor
de lo ecuménico: una apertura necesaria. Sabiendo además que no necesariamente esto tiene que ser algo exclusivo
de la iglesia: movimientos ecológicos, movimientos por los DDHH, movimiento por
la dignidad gay, el movimiento de defensa de los pueblos originarios… basta: la
iglesia tiene que sumarse… pero, ¿cómo no nos vamos a sumar si eso suma en
humanidad?"
Oscar es rosarino, hijo de
un albañil y de una mujer humilde, “de barrio obrero”, señala. Sus padres sufrieron
la década del ‘30 y del ‘40, y pudieron levantarse un poco con Perón, por lo
que sin ser fanáticos, él sabe que querían y que siempre votaron al peronismo.
Ingresó al Seminario a los 11
años de edad. Nadie más que su convicción lo obligó a seguir. Incluso, cuenta, sus padres eran bastante
anticlericales en el sentido que “no querían que los curas se metieran a mandar
adonde no tenían que estar”.
De chiquito, le interesaba “lo
de Dios”. Pero siempre, aún estudiando en el Seminario, le importaron las
luchas de los trabajadores”.
“Mi visión era cómo había
que cambiar este mundo que no podía seguir siendo tal como estaba organizada la
sociedad con todas esas injusticias. Y que la clave era estar con los pobres”,
dice.
Lejos, en Bahía Blanca, una
alumna de un colegio religioso empezaba a interesarse por las injusticias. De
adolescente empezó a trabajar con las monjas en los barrios pobres. Cuando la derivaron
a Rosario, trabajó en Villa Manuelita, cerca del peronismo de base, “y con todo
lo que llevara a que hubiera menos diferencias entre las personas”, dice. Siendo
universitaria, vivió en un pensionado estudiantil al que Oscar iba a dar
charlas o a celebrar la misa…
_ Cuando él me empezó a
interesar más, yo rajaba… -rememora Marieta.
_ … Hasta que un día los dos
nos declaramos, en el ‘75 – interrumpe su esposo.
_ Con un lápiz y un papel, empezó a decirme que él necesitaba centrarse
afectivamente –retoma la mujer, después de algunas risas nerviosa y mirando a
los ojos a su esposo-; era el momento en que los habían dejado sin parroquia. Él
podía haberse ido a otro lado; y yo lo alentaba a que lo hiciera. Pero él
insistía en que se tenía que quedar… Y yo le dije, bueno: yo ya no te veo como
cura, te veo como hombre…
_ Era agosto del ’75 –dice
él.
Ella está cruzada de brazos,
apoyada en la mesa. Él, mientras habla, se recuesta con armonía en el espaldar
de su silla y estira un brazo sobre el de la de ella.
“Una cosa es lo que aparece
en los Evangelios donde se promueve la posibilidad de que para trabajar de
lleno haya personas que opten por ser célibes porque, es cierto, es una forma
de estar más libre, pero eso tiene una contraposición muy dura: por lo general,
ésos son los curas burocratizados, los curas hiperinstitucionalizados que más
de una vez se neurotizan con su soltería. Es un asunto disciplinario. Ojo,
también hay excelentes sacerdotes y personas en esa condición. Pero a su vez,
esa contrafigura a veces lleva a que, por motivos estratégicos (que no voy a
ser yo quien los critique aquí), para poder seguir trabajando, tienen una compañera
oculta…”, señala Lupori.
Marieta habla con los ojos
que acompañan el relato de su marido suscribiendo a cada palabra.
“En estos tiempos modernos
se impone una nueva forma de presentar el mensaje evangélico respecto a la
sexualidad, porque una cosa es presentar la sexualidad como algo dañino, algo
bajo, y otra cosa es descubrir que
corporalmente todos somos sexuales. Y que la sexualidad es algo noble y muy
importante.”
Los
árboles que se asoman atrás del vidrio denuncian que está llegando la primavera
de 2013.
“La Iglesia debe descubrir
que la Iglesia no es para sí sino para trabajar a favor de una mejor humanidad.”,
sostiene Lupori.
“Una cosa que hay que
recalcar –dice la mujer-: dentro de los curas casados hubo quienes se
aburguesaron y que se metieron en el sistema a pleno, en cambio, hay que decir
que Oscar siguió con todo, con la mujer y los críos. A él no se le podía
criticar nada en ese sentido, en vez de apartarse se metió más en esa tarea…”
No sólo nunca dejó de
considerarse a sí mismo sacerdote: “doctrinariamente la Iglesia católica nos
considera sacerdotes: legalmente quita la posibilidad de ejercerlo pero en la
teología católica el que se ordena sacerdote sigue siéndolo siempre. Incluso
aunque esté casado, en el caso de un accidente, por ejemplo, en el que hubiera
gente en malas condiciones uno le puede dar la absolución”.
_ ¿Qué creen que piensa la gente de su situación?
_ Yo estoy tranquilo.
Nosotros estamos felices. Aunque tengamos discusiones y todo…-sostiene él.
_ Yo voy a cumplir 75 y él
tiene 76: y hace 35 años que estamos casados –aporta Marieta.
_ Y hemos criado a los tres hombres
que tenemos y tenemos nuestra nieta …- dice Lupori, como si todo terminara ahí,
en su nucleo familiar.
Por la ventana entra todo el
barrio de casitas humildes salpicadas por el último sol del día, por las
primeras pinceladas de sombras que ya deja caer la anunciación de la noche.
Esta –dice el cura casado, como
marcando el punto final de la charla-, esta es nuestra vida.
HERMOSA NOTA Y TRESTIMONIO!!!
ResponderEliminarGUILLERMO SCHEFER. MARCOS PAZ, BUENOS AIRES. ARGENTINA.
VICEPRESIDENTE DE LA FEDERACION LATINOAMERICANA DESACERDOTES CASADOS.