Sabe que no es lo que se espera de ella. La mujer tiene la mirada perdida y el cuerpo todo ansioso y predispuesto. Se acerca tímida pero decididamente. Camina con la seguridad del cazador furtivo que tiene a la presa en la mira. Ya no hay tiempo ni excusas para dudar para desistir para el arrepentimiento. Sabe que no está bien visto. Tiene el alma embarcada y el corazón incorruptible. Digamos que el placer es su único horizonte. Entonces sin más se brinda entera, se entrega a la pasión, se funde en el deseo mismo. En puntas de pie, sigilosa pero firme, con una mano sutil pero intranquila se cuelga del dulce fruto como un animal desesperado y satisfecho. Como un ala cómplice el otro brazo hace equilibrio con el bolso de red de los mandados bamboleante. Cuando pasa por la morera que está junto a las vías.
de Joaquín D. Castellanos