Sabe que no es lo que se espera de ella.
La mujer tiene la mirada perdida
y el cuerpo todo
ansioso y predispuesto.
Se acerca tímida pero decididamente.
Camina con la seguridad del cazador furtivo
que tiene a la presa en la mira.
Ya no hay tiempo ni excusas
para dudar
para desistir
para el arrepentimiento.
Sabe que no está bien visto.
Tiene el alma embarcada
y el corazón incorruptible.
Digamos que el placer
es su único horizonte.
Entonces sin más
se brinda entera,
se entrega a la pasión,
se funde en el deseo mismo.
En puntas de pie,
sigilosa pero firme,
con una mano
sutil pero intranquila
se cuelga del dulce fruto
como un animal
desesperado y satisfecho.
Como un ala cómplice
el otro brazo hace equilibrio
con el bolso de red de los mandados
bamboleante.
Cuando pasa por la morera
que está junto a las vías.
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