Ryszard Kapuscinski era polaco. Fue antes que nada poeta, por eso le sentó tan bien el periodismo. Académicamente era Historiador. Publicó en Time, The New York Times y Frankfurter Allgemeine Zeitung, entre otros monstruos de la prensa gráfica internacional, pero su pluma de cronista superó el continente editorial de renombre por el propio peso de su talento.
Su trabajo periodístico sobre África representa una gema de las crónicas y lo consagró como el representante de la corresponsalía real de las historias que contó.
Falleció un martes 23 de enero de 2007, en Varsóvia, a la edad de 74 años. Este es un extracto de una entrevista que llevó la firma de Edgar Cherubini Lecuna bajo el título "El Poder de la Palabra".
Feliz día para todos los periodistas que no sólo hoy, sino siempre que ejercen la profesión, recuerdan la estela de estas palabras.
"La condición fundamental de este oficio es el entendimiento con el otro: hacemos y somos aquello que los otros nos permiten. Ninguna sociedad moderna puede existir sin periodistas, pero los periodistas no podemos existir sin la sociedad. Pero, ¿qué pasa cuando el otro tiene una visión sesgada de los hechos, o intenta manipularnos con su opinión?. Para prevenir esto no existe receta alguna, porque todo depende de las situaciones. La única medida que se puede tomar, si tenemos el tiempo, consiste en juntar la mayor cantidad de opiniones, para que podamos equilibrar y hacer una selección. Cada nota enviada a la redacción, cada reportaje, debe ser el resultado de una buena selección, pues está en juego nuestro pensamiento ético. Mentiras, omisiones, sesgo, manipulación: este es el riesgo de la selección. Aquí está la responsabilidad del periodista como individuo que está formando el pensamiento de la gente. Trabajamos con la materia más delicada de este mundo: la gente. Con nuestras palabras, con lo que escribimos sobre ellos, podemos destruirles la vida. Nuestra profesión nos lleva por unos días o por unas horas, a un lugar remoto que dejamos una vez terminado nuestro trabajo. Seguramente nosotros nunca regresaremos allí, pero la gente que nos ayudó se quedará, y sus vecinos leerán lo que hemos escrito sobre ellos. Si lo que escribimos pone en peligro a esas personas, tal vez ya no puedan vivir más en su lugar, y quién sabe si habrá otro sitio a donde puedan ir. Por eso escribir periodismo es una actividad sumamente delicada. Hay que medir las palabras que usamos, porque cada una puede ser interpretada de manera viciosa por los enemigos de esa gente. Nuestro criterio ético debe basarse en el respeto a la integridad y a la imagen del otro. Lo que escribimos sobre esas personas se queda con ellas por el resto de su vida. Nuestras palabras pueden destruirlos”.
Ryszard Kapuscinski (1932-2007)
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