Los que hablan mal de Palermo no entienden nada de cine. Martín no es de Boca. Martín es Boca. Es la síntesis de la bosteridad. Mística y épica. Milagros inesperados. Sangre, sudor y lágrimas.
Dicen que va a dejar la cancha para siempre. Dicen. Pero yo no me fiaría.
No sería descabellado que una comitiva de fieles un día de estos, una madrugada, lo vaya a buscar para que vuelva. Es posible que él los estuviese esperando con la camiseta y los botines puestos, como la última vez. Acaso para entonces el centrodelantero haya ya atravesado el umbral de los 50 o los 60 años de edad. Y a nadie le extrañaría -hasta sería lógico- que en el último córner, cuando falten segundos para que todo muera en frío empate, desde algún rincón del tumulto se eleve (como para otro póster) la figura longuilínea del inolvidable avant premiere del grito sagrado.
Esa y muchas imágenes paridas por el inefable inflador de redes estarán en nosotros para siempre.
Por ejemplo, el eterno sketch del hincha contrario o detractor declarado que le dijo "perro" o "muerto" poco antes de que el 9 de Oro le gritara en la cara otra conquista.
Y pensar que hay clubes que no tienen ni en cuatro o cinco ídolos la mitad de las hazañas y los padeceres de los que resucitó el gran Titán.
Dicen que cuelga los botines. Seguro que los clava en un ángulo.
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