que se llaman como los rosarinos
más célebres.
Está bueno asomarse a la vida cotidiana
de quienes tienen la inmensa tarea de
hacer honor
a semejantes bautismos desde una labor social
que merece ser
contada.
El amanecer
que nace desde el lado del río es apenas un telón, no más que un decorado:
nadie cruza la vía para venir a la escuela. Todos los que llegan a clases
vienen desde este otro lado del paso a nivel, donde en las calles todavía hay
cunetas y no tantos autos estacionados.
En Superí al 1200, a poco más de cinco
cuadras al oeste de la Plaza Alberdi
y a un par de casas del tendido del ferrocarril, la Escuela de Educación Media
Nº 408 espera a los alumnos del turno mañana provenientes de los barrios Unión
y Parque Casas, La Cerámica ,
La Esperanza
y el FoNaVi de Parque Field.
Desde hace un año y medio, el colegio
público secundario con orientación en Comunicación, Arte y Diseño lleva con
orgullo el nombre de Roberto Fontanarrosa, una vez que el sentido común primara
por sobre la burocracia.
“No se le podía poner a la escuela el
nombre de una persona que no tuviera como mínimo cinco años de fallecido
–explica Alicia González, directora-; pero como de las cuatro figuras elegidas
–además del padre de Inodoro Pereyra, las opciones eran Florencio Molina Campos, Antonio Berni y “Pocho”
Lepratti- en la votación arrasó Fontanarrosa, se decidió armar una
fundamentación que llegó hasta Gobernación”.
El 16 de junio de 2010, casi tres años
después de la desaparición del escritor y humorista rosarino, la Resolución 0754 del Ministerio de Educación provincial oficializó el
bautismo e hizo justicia: “la 408” ,
tuvo por fin un nombre después de dos décadas de vida.
A comienzo de
los ’90, la escuela cumplía sus funciones en otro ámbito. Creada por un grupo
de padres, su sede anterior estaba en un rincón más acomodado de la zona Norte. En pleno corazón de Alberdi, del otro
lado de la vía. Pero con el tiempo se debió trasladar de su antiguo edificio y
la cooperadora decidió comprar la casa donde está hoy. “Recientemente se hicieron los trámites
para donarla al Ministerio para que la Provincia pueda construir y ampliarla”, dicen las
autoridades.
Pero en 2009, además del reacomodamiento
del sistema educativo que devolvió al nivel medio los cinco años de estudios,
hubo en el lugar un cambio institucional. La dirección anterior había tenido
inconvenientes graves por los que fueron sumariados, y asumió al frente de la
escuela un cuerpo docente encabezado por González, que diez años después de su
ingreso quedó como autoridad máxima.
“Yo viví todas
las etapas y me parece que hubo épocas en las que se les daba demasiada
libertad a los chicos. Yo no digo que haya que tenerlos ajustados pero sí hay
que marcarles límites. Cuesta, pero en 2010 se encaminó todo un poco más”, dice
la directora, y agrega “lo que pasa es que este es un contexto muy particular”.
A diferencia
de otros establecimientos educativos que exhiben en el frente con letras de
molde su identificación, sobre una de las ventanas de la fachada hay un
pasacalles que además del nombre del colegio reza “proyecto solidario Todos por los Niños; juntamos juguetes,
ropa y alimentos”. Ecos de una colecta de la que la escuela participó junto al
padre Montaldo a beneficio de chicos de los barrios Empalme Graneros y Ludueña.
Desde la
vereda se ven en el patio interno las bicicletas sueltas en un incesante ir y
venir del alumnado. Detrás de una reja, desde el fondo del veredón que lleva a
la sala de profesores, una portera se acerca lentamente para abrir el enorme
candado del ingreso.
“Acá no hay
robos”, va a decir más tarde la vicedirectora Viviana Cacciatore, después de
explicar los logros de las formas y los fines que se persiguen en la enseñanza
adaptada a la demanda educacional y social de la escuela.
“Tiene que ver
con la pertenencia: cuando el chico entiende que la escuela es suya, las cosas
cambian”, sostendrá la docente.
“Estamos en
barrios difíciles pero a pesar de eso los chicos son los mismos chicos que en
todos lados, con los mismos intereses y los mismos problemas, básicamente. Son
chicos especiales, sí; tanto como lo son los chicos que van a una escuela del
centro. Cada uno con lo suyo, su idiosincrasia; distintos pero iguales. Los
adolescentes en general son especiales”
Además de
vicedirectora, es profesora de Biología. Hace 32 años que es docente y se apoya
en esa trayectoria para permitirse ciertas transgresiones a las normas muy bien
argumentadas.
“Una aprende a
través de los años y con el tiempo se atreve a hacer cosas que sabe que pueden
ir en contra de algunas reglamentaciones pero que son necesarias”, señala.
“En el 2008
tenía 16 años y quedé embarazada de mi primera hija, una de mis dudas era ¿qué
hago con la escuela? Y, a los 17 años el padre de la nena me dejó y me quedé
sola con mi embarazo –contó Ana Laura oportunamente, acerca de la convivencia
de su maternidad y los estudios-; cursaba cuarto año y cada día se me notaba
más la panza (…) no sabía si podría seguir yendo a la escuela”
Así planteaba
su caso en 2009 una alumna de la “Roberto Fontanarrosa”, a la revista de la propia escuela. Y aunque la situación parecía ser motivo suficiente para que la joven mamá deje sus estudios, lejos de
terminar en una deserción escolar probable tuvo su desenlace con madre e hija
asistiendo a clases juntas.
“Le dimos la medalla a la bebe y todo”,
cuentan en la escuela.
Pero lo más importante es que no se trató
de una salida aislada: actualmente van a quinto año otras dos mamás adolescentes con
sus respectivos ninños, una al turno mañana y otra a la tarde.
La sala de
profesores es una especie de vestuario antes de que los maestros salgan a la cancha. Rodeados de una pared
divisoria forrada por libros y carpetas, los compañeros de trabajo intercambian
pareceres personales o aspectos de familia con datos laterales del devenir
educativo, mientras el aroma del café envuelve los minutos previos al timbre
que llame a clases.
“Esta es una escuela
que se caracteriza por la apertura: acá no se le niega la entrada a ningún
pibe, no se expulsa a nadie, es la que venga. A partir de eso hay una gran
libertad para los docentes de ir adaptando algunas materias –salvo inglés y
matemática, por ejemplo, que no se pueden modificar, pero en otros casos tenés
que adaptar todo a la situación de los chicos”, dice el titular David Muratore,
titular de Lenguaje Multimedial y Tecnología
de la Información
y la Comunicación.
“El enfoque es
que con los medios que tenemos a mano –un celular, por ejemplo- podamos hacer
otra construcción de la realidad que no sea la de los medios de comunicación en
genera. Porque ya el hecho de anteponerle la palabra “villa” al nombre del
barrio del que vienen los chicos ya los están estigmatizando. Porque si vos les
preguntás cómo es su barrio, te lo van a describir más que como ellos lo ven,
como lo ve Canal 3 o La
Capital ”, propone.
Y Muratore
apunta a crear ese periodismo ausente por mano propia: “la idea es intentar
romper con esos estereotipos y que ellos mismos se piensen así a sí mismos…
Porque acá decimos, ¿tu realidad cuál es? ¿el secuestro y el asesinato? No: es
tu vieja que sale a barrer la vereda todas las mañanas; sos vos que te levantás
a las siete de la matina y venís
caminando a la escuela… Eso que forma parte de la realidad pero no se cuenta en
los medios…”
Saber
y hacer saber que esto no es Disneylandia pero tampoco es Libia o la Franja de Gaza.
Tiene
la cara hundida entre los brazos, encima del pupitre. Cuando una autoridad del
colegio está a punto de reprenderlo, el profesor sale en su defensa.
“Es que anoche
estuvo trabajando hasta tarde”.
A la mujer se
le desdibuja la rectitud de la mirada, y un compañero del dormido grita algo
desde el fondo que es un módico y cariñoso ataque a la figura del fatigado
alumno que por fin encontró una justificación para evadirse de la lección
matinal.
Son chicos.
— ¿Alguien más trabaja de ustedes?
A la curiosidad
le sigue un desentendimiento breve. En el caos adolescente, una chica levanta la mano.
— Yo. Yo trabajo
en una casa de familia
— ¿Hace mucho?
—
Desde los 13 años.
A lo largo de
la charla se sabrá que otros hacen changas, reparten volantes o
atienden un negocio familiar, entre otras
cosas.
Para ir del aula de 5º año “A” hasta
la vicedirección hay que atravesar todo el patio. Aunque el recreo ya terminó,
todavía quedan grupitos por los pasillos.
— ¿Qué hace 4º año afuera…? –grita
una voz cascada de tabaco.
La oficina es
pequeña, sencilla pero solemne como en todos los colegios. Por una ventanita se
cuela el alarido solitario de un alumno descuidado. Por ella se asoma
precipitadamente la máxima autoridad a esta hora de la tarde.
— Che, che,
che… Sacáte la gorrita, menos grito y adentro del salón. Vamos, entrá, entrá,
dale…
Viviana
Cacciatore, vicedirectora, habla sin pelos en la lengua.
“Acá hay nenes
que tiene historias de vida que si te fijás, se te caen los lagrimones. Y es
que si una se pone a ver, ya es mucho lo que hacen con sólo venir a la escuela…
Hay nenas que no sabés ni quiénes son los papás, porque por más que les digas,
los llamés, no vienen. Y muchos, pobrecitos, se arreglan como pueden”.
No debe ser
fácil anteponer a diario esa gimnasia social a la evaluación de conocimientos
que exige la currícula formal. La formación ética y ciudadana que no es la
materia que se llama igual ni los contenidos de su programa.
“A veces los
docentes decimos, este nene no puede estar más en la escuela por el
comportamiento, o porque es terrible, o porque viene puesto… Yo también me lo
plantee muchas veces, eh… Pero está bien: suponéte que vos no lo hacés venir a
la escuela y son cuatro o cinco horas más que el chico está en la calle con el
riesgo que significa para ellos dónde, cómo y con quién están si no están en la
escuela”.
Queda claro
por qué ese rol de la
Educación es hoy más importante que el trasvaso de saberes.
“En todas las
instituciones hay chicos que consumen y el que dice que no conoce a un alumno
con ese problema es un mentiroso o bien no quiere ver. Uno ayuda como puede.
Hablamos y hablamos y hablamos. Los chicos tienen que saber que hay alguien a
quien pueden recurrir, eso es lo que tiene que quedar claro –opina Cacciatore,
y prosigue- tienen temor a que uno los critique… y hay que hacerles saber que
sí, cada uno tiene la vida que tiene y la lleva del mejor modo… pero la escuela
es la escuela. Cuando pasan esa puerta, la vida de afuera tiene que quedar
afuera. Y eso sí es un triunfo: hemos logrado que acá adentro no se consuma ni
se venda (droga). Y que no haya robos. Eso es un logro mayor que las notas que
se sacan en las distintas materias”.
La lucha es
cotidiana y desde los aspectos más impensados. Aún desde cosas que parecen
nimiedades.
En la batalla
contra el look del alumnado, un día
apareció en la escuela un cartel.
“Se permite el uso de gorritas en la
escuela porque sabemos que quienes la usan tienen piojos”, decía.
Por unos días pocos
se animaron a usar gorritas pero después volvió la moda implacable a prevalecer
aún sobre el riesgo sociocultural de ser tildado de piojoso.
“A mí la gorrita no me molesta, lo
que pasa es que hay reglas que es lo mínimo que tenemos que hacerles entender
que tienen que respetar. Andan con la gorra, la capucha encima y no se les ve
la cara. Es algo que ellos tienen que saber: en ciertos lugares, hay normas que
se tienen que respetar. Esa es la finalidad en ‘la guerra contra la gorrita’”.
Rumbo
a una de las aulas, en la figura de la docente se dimensionará el peso de la
prédica en esta cruzada contra el accesorio con visera. A medida que la
vicediractora desfila por los cursos, sorprendidos, los que llevan el atuendo
prohibido y la descubren aproximarse parecen ver al mismísimo Mandinga. Se
sacan presurosos la gorrita, se sientan derechos y miran con cara de perro que
tumbó la olla mientras la maestra pasea triunfal su presencia simulando que va
pensando en otra cosa.
(Esta crónica es parte de una nota de la Revista Rosario Express de diciembre, que desde el miércoles 14 estará en los kioskos)
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