Y un día, al abrirse un candado de desidia, empezaron a aparecer a la vuelta de casa retazos invaluables de la historia del barrio. Nosotros mismos, nos cruzamos tanto tiempo en la calle, a diario, con los protagonistas de un pasado dorado de la vida social de la que somos hijos y nietos; pasábamos delante de un sentimental monstruo dormido en el corazón del montón de edificaciones domésticas que le fueron brotando a la zona que también nos gritan por donde se va a la esencia.
No lo supimos ver. Hasta ahora.
Porque además del candado había una cerradura intangible que nos impedía atender ciertas cuestiones.
Entonces a la par del descubrimiento vino la necesidad de reivindicación, el intento de recomposición y la búsqueda de conservación material -trofeos opacados por décadas de desmemoria; documentos deteriorados en su calidad técnica pero nunca en lo afectivo; elementos deportivos en largo desuso; utensilios de cocina que no recuerdan más aromas ni sabores, libros y cuanta cosa remita al ayer colectivo de esta parte del mundo.
Y el rastro de tanto ir para atrás llevó a un inolvidable encuentro hacia adelante.
Fue un poco como presenciar el feliz derrumbe de las dificultades que impedía reciclar un viejo romance, tantos años después. Tiene que ver con el Club El Torito y el barrio Alberdi -de la vía para acá, adonde todavía hay cunetas, menor disponibilidad monetaria y, por ello, mayor sensibilidad y esperanza, dicen.
El segundo domingo de octubre, después de reconocerse en la memoria y las ganas, volvieron a mirarse con cariño.
Más de 200 personas desbordaron el flamante salón de fiestas para entrarle a un contundente arroz con menudo seguido de un excelso pollo a la parrilla bien regado con suficiente vino tres cuarto y rematado con las consabidas casatas, como recomienda el manual de la buena comilona popular.
Amenizó la jornada festiva un cantor de tango para transformar el colmado salón, tablones y caballetes desmontados mediante, en una pista de baile sin premeditación y con alevosía, para terminar en una peña con guitarras y acordeón que volvieron noche a la sobremesa.
La excusa fue la celebración de los 74 años de El Torito, un club de bochas que ya no tiene cancha de bochas y que acorralado por el olvido casi ya no tuvo nada.
Es una historia mínima pero honda y universal. Un botón de muestra de lo que pasa en muchos lados. ç
El contexto es el de un club de barrio de dimensiones y gloria social enormes al que se le fue apagando el esplendor hasta casi desaparecer del mapa. Por eso la doble alegría.
Atrincherado en el reducto final de un buffet ensombrecido -hoy también recuperado-, desde sus mesas inveteradas nació lo que se pretende una refundación. A propósito de la apuesta de un grupo muy reducido de socios decididos a torcer ese destino, emulando a los fundadores que empezaron este relato el 8 de octubre de 1938 en terrenos de nadie cuyas coordenadas pertenecían entonces más al campo que a la ciudad.
Como apenas una mirada a aquéllos, éstos y los días que vendrán, surgió la idea de hacer lugar a un registro de todo lo que tiene que ver con El Torito. De los comienzos de este relevamiento inicial -testimonios de los mayores, fotografías, documentos, trofeos recuperados del abandono, entre otras cosas- éste podría ser el resumen de todo lo que fue, lo que está siendo y lo que espera adelante.
Se pensó en un libro pero el formato es lo de menos.
Como sea, a esta historia hay que contarla. Y estamos en eso.
Buenas,
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