1 Las estadísticas de todo el mundo miden la pobreza, la indigencia y las carencias pero no la holgura económica, el confort, lo que sobra. Los censos informan cuántas personas somos, cuántos varones y cuántas mujeres, cuántos ancianos y cuántos aborígenes. Nunca cuántos ricos. Cuando se habla de la Rosario que no se muestra generalmente, como una revelación que desbarata al progreso aparente, se hace referencia a toda esa población que malvive (muy) afuera del microcentro, en lo que la pulcritud de los cómputos llama “periferia” y la esterilidad literaria prefiere decirle “suburbio”. Pero, ¿es necesario salir de las cinco o seis cuadras centrales de la ciudad para encontrar las ciudades que somos? Al contrario, es ahí donde conviven asombrosamente los extremos dependientes, las necesarias diferencias, el equilibrio perfecto que hace que todos los días el sol salga desde atrás del Monumento a la Bandera y se ponga más allá de Plaza Pringles. 2 Cierta vez estuve de paso en un lujoso pi
de Joaquín D. Castellanos