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“No puedo dejar de amar la política si me interesa la salud pública”


Foto: Rosario/12
Este fin de semana a los 50 años de edad murió la doctora Débora Ferrandini, ex secretaria de Salud de la provincia durante la gestión de Hermes Binner.
En 2009 se la vio mucho en los medios por ser la cara visible de las crisis sanitarias de la gripe A y el dengue.
Por aquellos días, el tema del momento demandaba sus explicaciones aunque no todos las  querían escuchar. Con la ventaja que da la revista mensual por sobre los formatos diarios que corren sin tiempo para pensar, escuché a la entonces viceministra hablar de algo más que pánico y cifras, que era lo que poblaba las noticias.
Me acuerdo que le dije, inocentemente y como un comentario fuera de micrófono,  “qué momento para ser funcionaria de Salud…”  
Su respuesta cambió el rumbo de mi nota.
“No. Este es un momento de algún modo interesante: insume una alta dosis de  energía, de reflexión y de acción combinadas al mismo tiempo. Y pone en la agenda pública problemáticas de salud que son colectivas en su producción y que deberían ser igual en las estrategias para enfrentarlas, aunque confronte con una lógica individual y consumista de la práctica médica, instalada en la sociedad y en los profesionales de la salud.”
Ella determinó entonces para qué lado iría la charla.
“La gripe A es una epidemia que viene de la mano de nuestro modo de vida moderna, y vemos que toda medida colectiva que se recomienda desde los ministerios tiene una gran resistencia; y a diferencia del dengue, la gripe A H1N1 viene afectando sectores medios y altos. Por esa clase social entró al país, y acaso por eso ha sido difícil implementar medidas de salud colectivas que la comunidad afectada asumiera responsablemente. Se ve muy minimizada la capacidad social de organizarse para esto”.
Ese día de lo menos que hablamos fue de aquellas epidemias “de moda”.
Aborto, adopciones irregulares, la salud pública y privada, entre otros tantos temas. Todo bajo la mirada humanista de una mujer que entendía la medicina como un posible modo de cambiar el mundo.  
“No puedo dejar de amar la política si me interesa la salud pública –me dijo- porque entiendo que la práctica en salud es una práctica política. Si bien no tolero la política reducida a la disciplina partidaria, y no vengo de la militancia, entiendo que la mía es una práctica esencialmente política. Y entiendo como tal cualquier práctica en salud. Así como también está el médico que responde a la demanda de sus pacientes de estratos sociales altos, porque si no se queda sin clientela. Eso es una política de defensa del mercado como valor. Por lo tanto, está claro que nuestra práctica instituye valores en la sociedad, y eso es una práctica política”.
Ferrandini no trabajó en otro ámbito de la medicina que no fuera la salud pública.
Durante una década y media se había desempeñado en el sistema sanitario municipal: dirigió el área de Centros de Salud y estuvo al frente de la Gestión en Atención Primaria, además de enseñar en la UNR. Después llegaría la oportunidad de ocupar un lugar clave en la cartera de Salud provincial.
“Yo me enamoré de la salud pública al ver las limitaciones que en algún momento de la carrera uno empieza a sentir como un fracaso por lo que son las prácticas individuales. Como médica de guardia descubrí que uno tiene un enorme poder hasta en el modo en que abre la puerta para hacer pasar o no al paciente que espera. Una vez, un director del hospital me dijo: usted tiene la culpa por dejar pasar al paciente… si este hombre no entraba, no tendríamos este problema ahora”.
Siendo viceministra del socialismo no dudó en salir a defender el “efecto revolucionario” de la Asignación Universal por Hijo, una de las medidas sociales más profundas del gobierno nacional. Eso fue un poco el inicio de una salida anunciada del cargo provincial y el paso necesario para su acercamiento a Carta Abierta, el colectivo intelectual que adhiere al kirchnerismo.
Era hija de un italiano que llegó a Rosario en la posguerra y de una enfermera que se recibió de cirujana a los 56 años. Esa impronta, me confesó, le sirvió para obtener su título en la Facultad de Medicina de la UNR: “egresé a fuerza de ser hija de inmigrantes, que terminan todo lo que empiezan”, dijo.
De chica quería ser escritora pero los preceptos sociales le dictaron eso de “hacer algo útil”: en el imaginario familiar, la literatura era algo para disfrutar pero que no daba de comer. Soñaba con que al final de su carrera, “en los días de su jubilación”, decía, la esperaría la poesía.
En esta hora gris me he tomado el atrevimiento de recordarla en voz alta, sin la menor duda de que su vida ha sido acaso ese poema imposible que tanto añoraba escribir.

Comentarios

  1. Hermoso comentario. Los que trabajamos en Salud, estamos muy conmocionados.

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