Escribe: Joaquín Castellanos
Fotos: Techeros Rosarinos
“Mi casa fue un caso bastante especial. En mi
familia había un grado de hacinamiento
importante”, cuenta. Es grato escuchar a alguien involucrarse así en la
solidaridad hasta apropiarse del contexto en el que trabajó sin otro interés
que el de ayudar.
Diego es licenciado en Relaciones
Internacionales y además es voluntario. Él, entre una veintena de personas,
partió de Rosario a finales de marzo para sumarse a un ejército de
constructores que ad honorem levantaron 110 viviendas sociales en suelo
bonaerense.
Confiesa que le hubiera gustado no tener que
ir tan lejos para dar una mano. Pero, si bien sobra voluntad, para eso faltan
todavía algunos detalles.
“Un Techo para mi País busca abrir una sede
en Rosario”, rezaban los titulares a comienzos de marzo. El entusiasmo por fin
había conseguido meterse en los diarios entre las crónicas policiales, la
política escandalosa y otros grises asuntos cotidianos. Pero el desembarco de
la prestigiosa ONG está estancado: se necesitan algo más de 800 mil pesos para que
la oficina local se inaugure -sólo después de eso se podrán construir unas 60
viviendas iniciales- y pese que ya hubo aportes y compromiso de empresarios
locales, se consiguió reunir recién la mitad del presupuesto.
Pero además de los aportes de grandes y
pequeñas firmas y la mano de obra voluntaria - en Facebook: Techeros Rosarinos
o Para que un techo para mi país venga a Rosario-, todos pueden ayudar a través
de tarjeta de crédito o débito con aportes mensuales desde 30 pesos en la página web de la ONG.
El Techo –como llaman cariñosa y resumidamente quienes ya establecieron algún vínculo irreversible con la ONG- trabaja en Argentina activamente desde 2009, con base en Buenos Aires, Córdoba, Neuquén, Misiones y Salta. Pero además tiene una fuerte presencia en Latinoamérica, ya que opera en 19 países. Según informa su sitio web ya han trabajado “junto a más de 3 mil familias y 36 mil voluntarios” en la construcción de 2600 viviendas”.
Son viviendas de emergencia, hechas íntegramente de madera, de un ambiente de 6 por 3 metros, sin divisiones, que se levanta en el terreno que ocupa la casilla de los beneficiario o a su alrededor.
“Es
una forma muy práctica de dar una solución para quien puede pasar de un cúmulo
de chapas y cartones a una casa de con piso sobre pilotes y techo con
aislante”, reflexiona Andrés, un treintañero que conoció a la ONG cuando
estudiaba en Chile y fue sorprendido por el terremoto en 2010.
En sólo dos días, una horda solidaria invade
barrios precarios para demostrar que si realmente se quiere, se puede conseguir
algo que muchas veces tarda años en apenas abordarse y no siempre se concreta.
“Es una experiencia increíble.
Autoconstructiva. Algo que te invita a seguir apoyando como sea”, confiesan.
El sábado 24 y el domingo 25 de
marzo de 2012, alrededor de 1500 personas con ganas de ayudar, coordinados por
Un Techo para mi País, se distribuyeron en unos siete barrios de Pilar y de
Escobar (provincia de Buenos Aires) para contribuir con la mejora habitacional
de más de 100 familias.
“Si no se construye en Rosario,
iremos adonde sí se hagan las construcciones”, se prometieron 22 de los voluntarios
autoconvocados ante la demorada posibilidad del desembarco de la ONG.
Habían sido apenas un disperso puñado
de inquietudes a mediados de 2011. Diez meses después, motorizados por la
ansiedad pero más que nada por las necesidades de muchos rosarinos, crecieron
en número y en interés por conocer para cuándo “el Techo” por fin dejaría de
ser un ferviente deseo.
“desarrollo
de fondo” acerca de varias ciudades del interior del país que están bajo la
lupa del proyecto.
De la mano de parroquias, comedores,
agrupaciones políticas y cualquier tipo de organización con presencia en los
barrios más humildes se realizó un abordaje real del tema viviendas y su
contexto. Se recorrieron unos 30 asentamientos que, si bien no son todos los
que hay en la ciudad -84 asentamientos, en 385 hectáreas, con 25.218 techos,
según el Servicio Público de la Vivienda (SPV)- sirvieron como muestra para
tener una idea de la dimensión de la urgencia de intervención.
“Lo que me sorprendió es lo evidente que es
la pobreza y la precariedad en la ciudad porque no hay que ir muy lejos para
encontrarse con un asentamiento; saliendo de Oroño, Pellegrini y el río, ya
empezás a encontrar barrios precarios más chicos, y a medida que te acercás a
Circunvalación, ves asentamientos más conformados”, contó Diego Firpo,
respodnsable de Desarrollos Locales de Un Techo para mi País.
“Además
noté muchas casillas ubicados en lugares peligrosos como ser una proximidad
increíble a las vías del tren o sobre un arroyo o el río”, agregó.
“No quisimos hacer ninguna convocatoria para no generar falsas expectativas hasta tener la certeza de poder empezar a trabajar en Rosario –señalaron desde la ONG-; pero nos encontramos con un grupo de jóvenes que se han autoconvocado y que se fueron acercando a otros chicos que ya habían participado en experiencias previas en Buenos Aires y en Córdoba”.
El grupo tiene alrededor de 100
personas que participa de las novedades de Facebook, principalmente –bajo el
nombre de Techeros Rosarinos o Para que
un techo para mi país venga a Rosario-; aunque existe un núcleo que
participa más activamente de alrededor de 20 personas. La mayoría son
estudiantes universitarios que residen en la ciudad pero son oriundos de
distintos pueblos de la provincia.
“El voluntariado define una manera de vivir. Una mirada de la vida y de tomar las cosas y creer que se puede cambiar”, sostienen.
Familias numerosas que duermen todos en una
cama de dos plazas, madres solteras como jefes de familia, adolescentes que
crían a sus hermanos menores como hijos porque la mamá trabaja, recién nacidos
en casillas muy precarias sin piso, chapa, cartón y algún de ladrillos. Nada de
estadísticas, la pura realidad.
“Al volver (de la construcción) me quedaron
las sensaciones mezcladas. Vivimos cosas muy duras y llegamos cansadísimos,
pero a la vez, en medio de la madrugada me puse a descargar las fotos que saqué
pensando en lo que le iba a contar a todos al otro día”, sintetiza Vanesa,
oriunda de Acebal, estudiante de Ingeniería en Rosario y ahora, para siempre –dice-
voluntaria.
No hay vuelta atrás. Algo que resulta lógico:
después de haber vivido la experiencia de hacer una casa en dos días para que
una familia viva dignamente, ¿cómo se hace para mezclarse en la tropilla
cotidiana de la indiferencia?
De acuerdo a un comunicado oficial, el costo total de construir 120 viviendas en marzo de 2012 fue de $834.752. Esto incluye el costo de los materiales (panelería, pilotes e insumos), logística de materiales y herramientas; el transporte de los voluntarios, la alimentación para los 2 días de construcción y los seguros de accidentes personales para cada participante.
En tanto, en algunos casos, varios de los
materiales de la construcción son donaciones de empresas como Ternium Siderar
(chapas); Isover (lana de vidrio); Colorín (pintura) y Acindar (clavos), entre
otros.
“Una le quiere hacer casas a todo el mundo, quiere mejorar la vida de todos pero hay que empezar por lo inmediato. Pero te das cuenta que en sí la casa es una gran excusa. Es el comienzo de un trabajo más grande, es empezar a crear una comunidad barrial para que todos los vecinos se involucren y que formen puentes. Nosotros somos una herramienta”, reflexiona Ariadna, coordinadora del grupo y participante de varias construcciones.
Tiene 26 años y hace 4 que es parte de la
ONG. Es maestra pero no ejerce y estudia diseño gráfico además de trabajar como
secretaria.
Escuchó a sus compañeros que debutaron en la
reciente experiencia y a la par de los relatos no pudo evitar lagrimear.
“Lo que pasa es que este fin de semana fue
como ver los resultados de tanto esfuerzo. Del contagio, el entusiasmo. La
emoción es porque los escucho y… no me quiero imaginar lo que me generará el
día que se construya en Rosario”, dice tratando de contener sin éxito la emoción.
“Para abrir una sede tiene que haber tres
bases: una es el voluntariado, otra es la parte financiera y la tercera es la
necesidad”, señalan los voluntario locales.
“Nosotros cumplimos los requisitos pero falta
buena parte de uno: no hay todavía compromiso desde el sector empresarial para
obtener los aportes correspondientes para empezar a trabajar”, afirman.
Existen dos importantes aportes de Rosental y
Asociados y de la Compañía Aseguradora La Segunda pero hace falta más. Tanto
voluntarios como representantes de la ONG y hasta las firmas ya comprometidas
con el proyecto participan de la persuasión de empresas para acompañar la
iniciativa. Pero por ahora el trámite parece estancado.
Desde el área de comunicación institucional
de Rosental sostienen que la instancia no es sencilla dado que en cuanto a lo
que significa Responsabilidad Social Empresaria cada dueño maneja sus propios
conceptos y tiempos.
“Vemos buenas perspectivas y buen futuro, el tema es que hay empresarios en los quetiene todavía que madurar la idea”, explican.
“Vemos buenas perspectivas y buen futuro, el tema es que hay empresarios en los quetiene todavía que madurar la idea”, explican.
Con 29 años de edad, Nicolás es ingeniero
civil. Reconoce que nunca participó antes de ninguna ONG porque no había
encontrado una que integrara todas sus inquietudes. Hasta que dio con Un Techo
para mi País. Ahora, para que se complete su esperanza de cambiar las cosas sin
más intermediarios que los voluntarios, solo le queda esperar la apertura de la
sede local de la organización.
Una situación que acaso muchos vean como algo
que todavía puede esperar si el motivo de la prisa fuera apenas la ansiedad de
los interesados en ayudar, cuando en realidad, el motor real de ese deseo no es
otro que la necesidad de los que no tienen un techo digno.
(Parte de este post fue publicado en el número 90 de la revista Rosario Express, correspondiente a abril de 2012)
(Parte de este post fue publicado en el número 90 de la revista Rosario Express, correspondiente a abril de 2012)
Comentarios
Publicar un comentario