“No creo que haya ningún investigador en condiciones de responder exactamente qué es la vejez. Ser viejo es una situación subjetiva individual. Y cada uno va a decidir en un determinado momento de su vida que es viejo para tal cosa”, explica el especialista.
Los sesentones de hoy son activos actores sociales. Están convencidos (o nos convencen) de que la ancianidad moderna se ha desplazado una o dos décadas más adelante.
SESENTA ABDOMINALES
Son las 10 de la noche. Recién sale del gimnasio y está en un bar con una mujer
veinticinco años menor que él, que es su personal trainer… pero también es algo más.
El documento de Adolfo dice que ronda los sesenta años de edad pero mucho de
su ser se obstina en contradecirlo. Como cada día, estuvo trabajando desde las 8 de la
mañana hasta las 6 de la tarde.
“Yo me amo físicamente”, dice orgulloso. Cuatro veces por semana se toma un taxi que lo lleva del trabajo al gimnasio. Y, por si fuera poco, los domingos por la mañana sale a correr 25 km.
Tiene tres hijos, está separado y vive en el microcentro.
“Estoy solo y no estoy solo. Tengo una relación light: estamos cuando nos necesitamos, cuando queremos estar juntos; sin responsabilidades de uno sobre el otro porque cada uno maneja su vida”, explica.
“Me siento joven en todos los niveles. Y en lo sexual, la verdad, con la edad que
tengo no envidio a un pibe de 20 años para nada”, se anima.
Alguna vez pensó en irse para siempre. Fue cuando perdió todo. Una empresa
grande, y un matrimonio de 30 años, entre otras cosas.
Desde hace una década conduce un programa de radio sobre calidad de vida y
salud en el que replica su experiencia.
La persona que lo ayudó a salir del infierno es la chica con la que está tomando
un café esta noche.
El abrazo que se repite entre Messi y Di María es una postal de goles argentinos importantes pero además representa el triunfo de dos chicos de barrio. Dos historias de vida que resumen "el sueño (cumplido) del pibe" que en los arrabales argentinos nunca se deja de soñar. Como en la final de los juegos olímpicos de Beijing 2008, Messi y Di María -dos pibes humildes, de barrio- dejaron su marca en otro pasaje trascendental de la Selección. El festejo no es solo por el gol. Otra vez, de los pies de un leproso empedernido y un canalla irreversible llegó el grito aliciente de un país que se paraliza para despistar su destino atendiendo con pasión los devenires de la Selección nacional de fútbol en el Mundial. A dos minutos de los penales, la SRL (Sociedad de Rosarinidad Liberada) ejerce de oficio y como en 2008, para obtener el oro del fútbol juvenil en Beijing, irrumpe con la explosión y el inigualable control de pelota del nieto de la almacenera del barrio La Bajad
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