Es como si ahora la escalera se terminara
y en tres pasos de pallier abro la
puerta.
La mesa plegable era algún libro y un cuaderno,
un naufragio feliz hasta que la madrugada
se deshacía en la puñalada de un bostezo.
En el sueño familiar yo vomitaba párrafos,
salía a caminar por los planetas y los vientos.
Sufría por amor como quien sale
a hacer los mandados o va al colegio.
Entonces el barrio amanecía
bombardeado por los trinos de los pájaros
más entusiastas y pobres del universo.
En el silencio se recortaba
la primera voz lejana de un perro
y el arranque de la heladera.
Tiene algo, a la distancia, de burbuja,
la cocina de la casa de mis viejos.
Por la niebla de la vida
el retrovisor está empañado
pero me veo.
Estoy huyendo de mí
conmigo a cuestas
como en sueños.
Me pasa siempre
que voy de visita
a mi esencia:
me veo yendo y viniendo.
Como un reloj con poca pila
que obstinado
sigue latiendo.
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