No es mentira lo del antiguo hormigueo
(de cuando el referí pitaba convocante
y yo me subía las medias adolescentes
rumbo a la cancha enneblinada
de las nueve de la madrugada
de otro domingo sin gente).
También es cierto
que la alfombra que imita al yuyo
hace interferencias en la encomendación
al dios del potrero.
Pero, ¿dónde se ha visto
que los artificios
de la razón ahoguen la fe de los vestuarios?
¿Acaso las canas o la calvicie, la panza,
las esposas y los hijos, los deberes, los horarios
son motivos suficientes para atentar
contra la resurrección del picado?
El fundamentalismo eterno
de los jugadores frustrados
no teme siquiera
a esa ambigua percepción del fútbol 5
que aturde en el ámbito de los galpones
remozados:
mientras otros ven hombres en cámara lenta
los pibes de siempre seguimos pateando
el bollo de papel en en el patio de la escuela.
Es que miran desde afuera,
atrás de los rombos de alambre
que, se sabe,
tergiversan.
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