Como para que Rosario no olvide su pertenencia
litoraleña, el chamamé late aquí constante, popular y genuino: aunque lejos del
primer plano. Más de ochenta programas de radio y ocho bailantas simultáneas
por fin de semana, albergan a los descendientes del esplendor que en los ’60
promovieron Tarragó Ros y Ramón Merlo, y a su manera honran una historia en la
que la ciudad fue protagonista clave del desarrollo de la cultura regional
Del amplio menú en la oferta
radial hay otra opción obligada por su tenor pero que además ilustra con
detalles llamativos la era del acordeón online.
“Allá cerquita del cielo / entre
los andamios / sentado como un tropero / le está mateando / En la radio sin
querer / como un duende el acordeón / estirando un chamamé / le estremece el
corazón”
Escribe: Joaquín Castellanos
Fotos: Sebastián Granata / La
Revista del Chamamé
Al trance se entra a la par:
él con los ojos apretados bajo el ala del sombrero; ella con la mirada fija por
encima del hombro del compañero. Ahora ya son un mismo pulso en los dedos
entrelazados de esa doble mano que marca el mecer ritual.
No es en Corrientes, ni en
Formosa. Tampoco en el norte entrerriano.
Es a diez o quince minutos del Monumento a la Bandera adonde el
chamamé queda en segundo plano pero latente, casi subterráneo y soslayado, para
explotar en un duelo de acordeones y guitarras.
Invisibles al pulso habitual
de la ciudad, en el Gran Rosario conviven hasta ocho bailantas por fin de
semana, en algunos casos con una concurrencia que supera las mil personas por
local, los domingos al mediodía; así como invaden las radios más de 80
programas sobre el género en la zona, e incluso una emisora de FM exclusivamente
dedicada a la música litoraleña.
Son los herederos de la
condición migrante provinciana, los sobrevivientes y descendientes de un legado
histórico que desde hace más de medio siglo pelearon por convertir a este
rincón porteño en una orilla más del Paraná.
El Señor del Litoral y el Rey
del Chamamé eran amigos. Ambos se radicaron en Rosario y tomaron la posta del
Taita don Emilio Chamorro, al ponerle el pecho a la cultura litoraleña en la
ciudad en los ‘60: El Rancho de Ramón
Merlo, en Rodríguez casi Arijón, y el salón Umberto Primo de la Sociedad
Italiana De Socorros Mutuos, en Jujuy al 2500, de Tarragó Ros, marcaron la
impronta local imborrable en la década del ’60.
Hoy, como obstinados
herederos de aquel tiempo, persisten un puñado de lugares que emulan aquella
gloria: en Rosario, La Carpa del Encuentro (Rouillón al 2800); el club Peñarol
(Ovidio Lagos y Circunvalación); el Centro Tradicionalista Gauchito Gil
(Rivarola y Circunvalación) y Gauchito Gil Sur (Ayacucho y Circunvalación); en
Granadero Baigorria, La Tacuara; en Villa Gobernador Gálvez, el club Olímpico y
el Centro Chamamecero; y en Capitán Bermúdez, El Rancho del Gauchito Gil, entre
otros.
El itinerario lo da a
conocer La Revista del Chamamé, una publicación mensual autogestionada que se
vende en algunos kioskos de diarios y en las propias bailantas, dedicada desde hace
tres años a documentar y difundir el
circuito regional de pistas bailables y programas de radio alusivos.
Cuando se prende el cartel
luminoso que dice “en el aire”, ella se transforma. No es que imposte nada, sino que le brota desde lo
más hondo de su correntinidad una ráfaga de pasión que la acompaña desde hace
mucho.
Su padre tenía arrozales y a
ella le gustaba ir al campo a acompañarlo. Sobre todo para la época de la
cosecha, porque venían los peones golondrinas desde los lugares más lejanos, y
con ellos traían sus costumbres y su música. Después de las tareas del día,
recuerda, se hacía la olla del guiso carrero, y mientras todo se preparaba,
iban apareciendo los acordeones y las guitarras. Esa era la hora mágica: la luz
de la luna y la del fogón, nada más, y la música que parecía que salía del
fondo de la tierra.
“Llegaba al alma. Yo creo
que ahí empezó todo”, dice Nélida Argentina Zenón.
Nacida en Gobernador
Martínez, Corrientes, hace 47 años que vive en Rosario y 35 que conduce diariamente
Cancionero Guaraní, por Radio Nacional (AM 1300 - FM 104.5), de 16 a 17 hs.
Ganadora del Cosquín ‘64, un par de años después llegó a la ciudad en la que se
desdoblaría para convertirse en una de las referentes más vigentes del chamamé:
a su carrera de cantante sumó la faceta de comunicadora y se quedó acá para
siempre.
“Esta es una cultura de tradición
que se ha transmitido de abuelos a nietos. Por eso el circuito actual es tan
fuerte como al principio. Con la diferencia de que las nuevas generaciones, los
músicos de este tiempo, le aportan su cultura nueva: hoy hay más escuelas de
música, los chicos son todos estudiosos. Los profesorados suman sin dudas a la
esencia chamamecera, le dan un valor agregado, le aportan técnica, los chicos
estudian mucho más, pero además de pasar con los ejecutantes también pasa con
los oyentes de radio: hay un enriquecimiento que no puede ser otra cosa más que
bienvenido”, opina. Y nadie duda de su palabra autorizada, pero hay otros
protagonistas que lo pueden contar en primera persona.
Mauri tiene 18 años y Simón,
24. Se apellidan Merlo y, como no podía ser de otra manera, son chamameceros.
Uno es el hijo menor de Ramón Merlo, hermano de Monchito; el otro es nieto del
fundador del clan e hijo del inaugurador de la segunda generación de
acordeonistas en la familia. Tío y sobrino están ahora en Santiago del Estero
de gira.
“Actúan esta noche, con una
particularidad: tocan en boliches bailables, confiterías para chicos. Es algo
poco visto en nuestro ámbito”, cuenta orgulloso Monchito Merlo.
“La verdad es que hay mucha
juventud, muchos chicos que vienen atrás. Hay nenes de 8 o 9 años que tocan el
acordeón muy bien y es a ellos a los que hay que apoyar”, agrega.
Y alguien parece haber
tomado nota del asunto.
En el mismo día, la zona
oeste de la ciudad acapara la atención de muchos chamameceros. Unos mil ya
tienen decidido adónde van a ir: la Carpa del Encuentro, en Provincias Unidas
“al fondo”, ofrece un Festival de Chicos: sobre el escenario, los artistas
serán 23 pibes, menores de 15 años, a los que acompañarán dos guitarreros.
Será lleno total.
La primicia llega por mensaje de texto. El dueño del
dato recorre las emisoras, las bailantas, vuelca novedades y curiosidades en la
pantalla, las acomoda, imprime y saca fotocopias para alcanzar los 500
ejemplares por número. No se olvida de sus colaboradores pero a la vez queda
claro que casi todo pasa por sus manos: en una mesa de bar, abrocha las hojas
recién llegadas y las entrega personalmente.
“Un
día, una mujer que tenía un programa de música litoraleña me contrató para que
generara y administrase un sitio web sobre chamamé”, rememora Roberto Agonil, periodista
y productor de shows que venía del rock. Confiesa que se encontró con una
oportunidad singular: la casualidad se volvió terreno fértil, y se preguntó qué
pasaría si se ocupaba de reunir todo ese cúmulo de expresiones sueltas
alrededor de ese género que hasta el momento le era ajeno. Así nació primero www.chamame.galeon.com.ar, y después, La Revista del Chamamé, que acaba de
cumplir tres años.
“Hay
unos ochenta programas de radio sólo considerando emisoras de Rosario, Villa Gobernador
Gálvez y Granadero Baigorria. Además, hay una emisora exclusiva sobre chamamé:
FM Al Límite (87.5), de Matienzo y Lejarza”, señala.
“Tengo muchos oyentes en
Europa. Tengo amigos y familia en Francia, que se juntan a escuchar. Y cuando
voy a Francia, generalmente por tres meses, hago el programa desde allá por
internet y línea telefónica”, comenta Reina Bermúdez, poetisa santafesina que
vino a estudiar medicina y convirtió en letrista de las canciones de Ramón
Merlo durante 28 años; todos los grandes intérpretes del género grabaron sus
temas. Ella se autodefine como “difusora
cultural” con presencia en la radio desde hace 47 años, tanto en LT8, LT2, LT3
y Radio Nacional, además de haber animado bailantas y festivales desde la
década del ‘60 en adelante.
Actualmente
conduce Despertar Chamamecero por FM Cordial (97.3) a diario, a partir de las 6
de la mañana. “Me escuchan mucho los que viajan, los pescadores y los
albañiles…”, sostiene, y agrega que los isleños y los hombres de río “antes me
escribían muchas cartas, y yo le mandaba por la radio mensajes de los
familiares. Cuando salió el celular fue increíble. Me escuchan y se comunican de
todas las islas de la provincia de Entre Ríos”. Y que los obreros de la
construcción tienen una sección dedicada a ellos. “La mayoría son
provincianos”, explica, y una sombra de pena le cruza el rostro. “Todos los
días, una historia”, remata.
(El Cielo Del Albañil, de Teresa Parodi -
Antonio Tarragó Ros)
Hilario Contreras llegó de
Chaco cuando tenía 18 años. Era domingo, y el lunes ya estaba cargando baldes y
bolsas de cemento. “Antes guitarreaba en las escuelas, en los cumpleaños… pero
cuando vine acá dejé todo”, se acuerda.
Y dice que luego supo trabajar en una fábrica de helados y después en un
frigorífico. Vive en Villa Gobernador Gálvez. “Ahora soy plomero gasista”,
acota. Y termina por contar que de lo que nunca se olvidó, aunque no lo haya
desarrollado, es de ser chamamecero.
Mario Torres se llama
en realidad Mario Schivert. También vino de Chaco, pero nunca dejó de tocar el
acordeón. En su casa eran todos músicos, y él no pudo escapar de ese destino.
Además, aprendió de su abuelo el oficio de afinar el instrumento y hoy se gana
la vida con eso, en su casa barrio Belgrano.
“A veces me mezclo con
amigos que tocan”, dice humildemente.
Lo cierto es que Hilario
conoce a Mario por haberlo escuchado en la radio en su provincia. De cuando el
primero era tan chico que la madre no lo dejaba ir a bailar adonde el otro
tocaba. Pero estando en Rosario, una vez le pareció reconocer ese acordeón, y
cuando Mario bajó del escenario le dijo “¿vos no sos Schivert?”
Y sí, era. Y no les quedó
otra que “enchamigarse”, aunque fuera tan lejos del pago y tanto tiempo
después.
Entonces,
un domingo, Hilario Contreras organiza un Festival de Chicos menores de 15 años
en la Carpa del Encuentro, y lo nombra a su coprovinciano Mario Torres como
padrino de la fiesta.
Una historia entre miles. Los
protagonistas cambian, lo que se mantiene es la esencia.
Cuentan que la familia
consagrada fraternizó con un equipo de cineastas alemanes que llegaron a
Rosario para filmar una película sobre su música y cultura litoraleña. Antes de
comer, le tocaron un chamamé. Y las visitas rompieron en llanto.
– ¿Por qué lloran? –le
preguntaron a la traductora.
– Es el sonido del acordeón
–contestó la intérprete–; les causa algo muy fuerte en sus almas…
“Hay un porqué lógico en el
origen de los acordeones y un reencuentro con quienes por distintas razones, la
guerra por ejemplo, fueron despojados de ese instrumento y de una parte de su
cultura –explica Monchito Merlo–; y seguramente todo eso está un poco
desparramado por acá”.
No hay dudas de su
universalidad: el chamamé es evocativo, le canta al paisaje, a la madre, a la
mujer. Y por si fuera poco, su árbol genealógico tiene ramas varias que
acompañan largamente la teoría: Mario del Tránsito Cocomarola era hijo de
italianos; Isaco Abitbol, de árabes; Ernesto Montiel, nieto de brasileros; Damasio
Esquivel, descendiente de paraguayos; Tarragó Ros, de catalanes; y Reina
Bermúdez, proveniente de una familia escocesa, por nombrar algunos.
“El chamamé es la esencia
pura del hombre en la tierra, en el lugar en que esté. Ya sea aquí o en
Shangai. Es la cultura representativa, es pertenencia –señala el acordeonista
rosarino, y concluye–: es el respeto por la esencia hecho música”.
ROSARIO, MAYO, 2013
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