Un club de barrio puede funcionar en cualquier parte. Escondido detrás de un supermercado chino, en una esquina cualquiera, en un descampado o en instalaciones robadas al olvido.
Con cierto recupero económico y algo de reivindicación del regreso a las fuentes -superada la crisis del 2001-, supieron aflorar los rescates de esos espacios barriales: especie de cápsulas del tiempo que nunca terminan de adaparse al presente pero que siempre están ahí. Anclados en otro tiempo, representan un poco "el dolor de ya no ser" pero también la posibilidad de un camino de regreso a eso no se sabe muy bien qué es, pero llama. Un reclamo desde el fondo de nuestra historia chica a la que queremos explorar sin sacar el pie del ahora. Esa coherente mezcla, en justa proporción de nostalgia y esperanza, hoy permite construir sobre lo que quedó de épocas gloriosas, un lugar para la recreación y la reunión con los signos de estos tiempos. Colonia de vacaciones, eventos y espectáculos, actividades culturales para toda la familia y hasta educación informal o clases de apoyo escolar. Y por supuesto, el ritual del arte de opinar en ronda de amigos con el telón de fondo del fútbol por TV. Adaptación a códigos contemporáneos pero en un antiguo escenario con boliche, canchita de papifulbo y una eterna comisión directiva que ignora que son los obituarios. La misma película con los efectos especiales que reclama la época.
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La mesa está servida. Es la noche de un miércoles en el barrio de Alberdi, en la zona norte de la ciudad. Los comensales son un grupo de amigos que se conoce de la cancha de Argentino de Rosario y a los que los pudo la idea de reinventar un espacio olvidado por todos, un sitio donde disfrutar de reunirse para despuntar el vicio de correr detrás de redonda y juntarse a comer algo.
Javier es uno de los ocho o nueve que están hoy reunidos en el club “Leña y Leña” para contar cómo fue empezar con esta nueva etapa: “Una noche vinimos a comer un cordero acá y el buffetero nos confesó que quería largar todo. El lugar estaba prácticamente cerrado al barrio, sin otra actividad que el alquiler de la canchita de fútbol. Y nos imaginamos lo que sería esto si tuviese un poquito más de vida. Cuando nos íbamos, hicimos cien metros sin hablar hasta que no aguantamos más: ¿y si agarramos nosotros?, nos dijimos”.
Ingresar en la Comisión Directiva era imposible. La vida social del mítico “Leña y Leña” eran apenas veinte socios mayores y una cuota mensual de 2 pesos, una cancha de bochas tan imponente como deteriorada y una cancha de fútbol con iluminación. El camino fue tomar la concesión del buffet y, a su vez, el derecho a la explotación económica del lugar.
Pero fueron más allá. Además de ofrecer patín artístico y yudo, decidieron incorporar un taller de ajedrez y otro de percusión, entre varias propuestas más que llegaron al club.
Desde que asumieron, la idea siempre fue recuperar el lugar como un espacio social para el barrio.
“En el primer mes y medio entró más gente al club que en los últimos 20 años”, tiraron las estad´siticas sobre la mesa.
“Más allá de la televisión, de internet, de la década del `90 y de todo lo que le quieras buscar como alternativas actuales a lo que ofrece hoy un club, hasta ahora ninguno le ofrecía a la gente las actividades y servicios que la gente necesita”, concluye “el Pelu”, otro de los refundadores del lugar.
A toda hora hay movimiento, y aseguran que una víctima impensada de tanta actividad es el policía que custodia los comercios de la zona. Es el blanco constante de las clientas, que quieren saber desde temprano si es cierto que en el club van a dar corte y confección o si el sábado va a haber un té canasta.
La prueba de fuego que dimensiona la recuperación del espacio es una anécdota.
“Un sábado, no muy tarde, hicimos un recital de Rock a la Reposera” explica Diego, otro de los muchachos que se cargaron el club al hombro. Era una de las primeras actividades y al otro día estában temerosos de la reacción de los vecinos. Fueron al club a limpiar, cuando de golpe se apareció en el club una vecina.
— ¿Qué hubo anoche acá? –preguntó sin más la señora.
— Una fiesta –respondieron sin darle demasiado detalle.
— Pero había un grupo de música... –apuró la mujer.
— Sí, pero no siempre va a haber fiestas de este tipo, eh... también se van a hacer otras cosas –intentó amortiguar el inminente reproche uno de los jóvenes.
— Ay –se lamentó la vecina–, yo quería saber cuando hacían otra para venir con mi marido.
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El escudo del club Calzada, fundado en 1914, asoma apenas a un costado de una multitud de carteles comerciales de marcas de bebidas y pizarrones con ofertas. Es que ese local, donde durante más de una década funcionó el bingo de la institución, debió ser alquilado en 2004 para garantizar la continuidad del espacio barrial.
A un lado del súper chino de avenida San Martín entre Gaboto y Amenábar, un estrecho pasillo conduce a la escondida cancha de básquet del casi centenario club de zona sur. Y por si esto fuera poco, una mujer se hizo cargo de la conducción de Calzada.
“Cuando yo asumí, los comentarios eran que el club cerraba; nadie agarraba, llegó la propuesta y me animé” –dice Laura, presidenta del club desde hace cuatro años.
Lo primero que hizo fue sustituir una sospechosa casa de juego por un negocio que hizo trinar a los vecinos. Pese a las reacciones adversas que incluyeron hasta amenazas telefónicas y panfletos descalificadotes, la Comisión Directiva se mantuvo firme. Y el tiempo le comenzó a dar la razón. “El bingo le había quitado mucha vida social al club, todo se manejaba más de escritorio y el movimiento de siempre se estaba perdiendo”, explica orgullosa esta mujer de 45 años, flanqueada por pelotas de básquet y trofeos, junto a su escritorio.
“Y sabíamos que el alquiler del local era la única salida, y la gente del supermercado tenía la plata para el adelanto de obra. No se podía dudar: necesitábamos explotar económicamente de ese lugar”, agrega.
Los socios cuentan que al principio la sensación era extraña. Llegar al club y ver el ingreso reducido a una puerta al costado del comercio… Pero al igual que la presidenta, la mayoría coincide con que es un poco el precio a pagar para seguir siendo un club de barrio con todas las letras. Un lugar al que van los viejos a jugar al tute cabrero; las mujeres, al buraco; o chicos y grandes a ver los partidos de fútbol por TV codificada y a invadir el metegol.
Aunque el eje de Calzada sigue siendo el equipo de básquet que compite en la el torneo de la Asociación Rosarina. “El problema que encontramos fue la cobranza: nadie pagaba y había muchos vitalicios”, cuenta Laura.
Pero entre los cambios que vivió el club hay que destacar también las voluntades de muchos vecinos comenzaron a participar.
La noche inolvidable que le permitió al barrio volver a creer en el club, tuvo que ver con la presencia de esas personas que se arrimaron al lugar para colaborar. Durante la Feria del Humor (noviembre de 2009), unas 700 personas asistieron al Calzada para ver actuar al cómico cordobés Chichilo Viale.
Es viernes y la primera división del básquet viene a entrenarse. Mientras tanto en un amplio parrillero lindero, un hombre sala abundante cantidad de carne y el reflejo del fuego lo ilumina como para una foto. Algunos sábados el salón se alquila para casamientos o cumpleaños de 15. Pero los viernes nunca: es el día en que los socios de todas las edades se reúnen para comer.
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La cancha de 11 del club Lavalle estuvo siempre en Cochabamba y Lima, en el barrio Bella Vista Oeste. Pero la postal del club no es la misma de hace 40 años. Hoy, donde estaban las canchas de baby fútbol el municipio construyó viviendas, y en compensación se levantó un salón detrás del arco que da a Avenida Pellegrini: por encima de un paredón se asoman los techos de cemento de algunas viviendas. Hacia el otro lado, atrás del arco que da al Sur, se suben al tapial otros techos más humildes, debajo de los cuales habitan los pibes que juegan en el club.
En 2004, la última Comisión Directiva se fue y Lavalle quedó vacío, quebrado. Lo curioso es que los chicos, ignorando la dura realidad institucional, nunca dejaron de jugar en el lugar. Esto llevó a que la Juventud de la Corriente Clasista y Combativa que trabaja en el lugar, se hiciera cargo de preservar ese espacio vital para un barrio asolado por las carencias.
Miguel es uno de los jóvenes de la organización social que congrega estudiantes universitarios de medicina, arquitectura y derecho, quienes junto a un grupo de padres (la mayoría ex jugadores del club.
“Estamos en la lucha, para que no nos saquen. Y no es por nosotros, es por los chicos”, dice Germán que hace veinte años, cuando tenía ocho, se puso para siempre, en esta misma cancha donde hoy juega su hijo, la camiseta del club.
“No podíamos bancar todo y tuvimos que decidir si poníamos en la liga a las categorías de cancha chica o las de cancha grande. Y decidimos que jueguen los más chicos”, explica el papá. En la actualidad, Lavalle compite como puede en la Asociación Rosarina de Fútbol pero no como lo hizo siempre.
Se trata de mantener una vida social aprovechando momentos especiales como el Día del Niño: en agosto pasado, pibes de los distintos barrios humildes de la ciudad se encontraron en una jornada organizada por la CCC y el club en su cancha de fútbol.
Mientras tanto, la pelota sigue rodando.
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“El club estuvo siempre igual: no tiene deuda pero tampoco tiene plata. Nosotros vivimos siempre del alquiler del parabólico y de la cuota societaria”, señala Enrique, el presidente del club “Juventud Provincias Unidas” de Cochabamba al 6600, en pleno barrio Belgrano Oeste.
Pero su revalorización barrial llegó por el lado menos esperado.
La inseguridad, como en otros puntos de la ciudad, llevó a los vecinos del lugar a organizar reuniones con las autoridades policiales de la zona para buscar una vuelta al asunto Entonces la cancha de fútbol de salón del club se convirtió en un ámbito de discusión para mejorar la situación. Pero la necesidad de generar un espacio donde funcione una entidad que represente al barrio propició que la institución deportiva se abriera definitivamente: en una propiedad del club, lindera al patio, se fundó en noviembre de 2007, la flamante vecinal.
Al abrigo de esta experiencia, no faltó espacio para que también se instalara un centro de jubilados. Haciendo honor a su nombre, el club también ha sido últimamente receptor de una buena cantidad de jóvenes entre los 100 socios que lo componen, lo que permite un recambio generacional necesario para la continuidad.
Y un innegable signo de esto es su presencia en el plantel de bochófilos. Compiten defendiendo los colores del club más de 30 jugadores que van desde hombres de 70 años hasta una chica de 15.
“Ya casi no quedan canchas de tierra. Hay algunas en provincia de Buenos Aires, pero acá son todas de un material similar, mejor, que se llama conchilla, ostra de mar molida”, hace gala de su conocimiento en el tema Gonzalo, un treintañero que integra la Comisión de Bochas.
En “Juventud Provincias Unidas” también se practican otras disciplinas deportivas como handball, voley, patín artístico y taekwondo. Esta última, de fuerte presencia en competencias mundiales ya que tanto su profesor Antonio López como varios de sus 50 alumnos forman parte del seleccionado nacional y ostentan un importante medallero obtenido en torneos internacionales.
Andrés es uno de los miembros de la Comisión Directiva que durante la recorrida por el lugar ha oficiado de orgulloso guía y dejó deslizar comentarios con la reserva de quien revela un secreto: “Acá han venido políticos de todos los colores. Algunos hoy son concejales. Se cansaron y nos cansaron con promesas. Pero todo lo que ves es por el esfuerzo de los vecinos”, afirma.
Desde el medio de la cancha de fútbol, debajo del parabólico de chapa, puede verse lo que hay detrás de dos puertas entornadas que invitan a ser cruzadas. Por una se desemboca en la derrota televisada de Racing a manos de Bánfield a la que asisten varias mesas de varones. Por la otra, se sale a un patio en donde alrededor de una picada y un vino tinto ¾ retozan dos socios históricos.
— ¿Qué me puede contar del club de su época y del que es ahora?
— ¿Que qué le puedo contar? – dirá Alberto y sonriendo apenas con la picardía de sus 82 años – ¿Vio esa vitrina que está allá? – señalando el buffet – La mitad de esas copas las traje yo.
Debajo de este tinglado parece adivinarse tanto la presencia de las historias que están por venir como las que fueron.
— Acá venían a jugar de pibes (Fabián) Basualdo, los hermanos Crossa…
— Daniel Quinteros, que jugó en Central…
Buscan en la memoria, los anfitriones.
— Y el que también venía era el coloradito de NOB ¿te acordás?... al que lo echaron porque pateaba la pelota contra el techo... Terrible era el coloradito.
— Ansaldi.
— Ansaldi. Tuve que ir a hablar con el padre una vez, me acuerdo. El coloradito...
— Tiene la novia acá a la vuelta.
Este como otros clubes tienen la virtud de ser como un patio grande al que dan todas las casas del barrio. Y no hay que forzar absolutamente nada para que se cuente solo.
— Acá vino Sandro, una vez.
Siguen escarbando en los recuerdos, Andrés y Enrique, el presidente.
— Rompió tres micrófonos. Y los micrófonos en aquella época los ponía el club –explica en un tono didáctico el dirigente.
— Lo sacaron cagando, lo hicieron bajar del escenario… ¡a Sandro! –concluye el otro de modo triunfal.
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