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SASTURAIN, O LA CULTURA INSOLEMNE


El libro y la lectura en tiempos de la revolución de Internet, el bombardeo de noticias, las nuevas tecnologías y el ritmo de vida contemporáneo abordados por Juan Sasturain, de paso por Rosario. Aquí un fragmento de la entrevista con uno de los intelectuales más lúcidos y sencillos que tiene hoy el país, publicada en la revista Rosario Express de enero.

— La excesiva pretensión de inmediatez está cada vez más presente en los medios. ¿Cómo vive en el día a día esa situación?
— La verdad es que hace tiempo y casi inconcientemente he ido tomando ciertas decisiones que no son nada recomendables, pero que por algo las debo haber ido tomando. Prácticamente no leo los diarios desde hace bastante –lo cual no es ninguna virtud ¿eh?, al contrario–, y casi no veo tele de aire… Creo que son actitudes defensivas para no estar atado a esa inmediatez. Pero, insisto, no es un gesto de superación ni de nada. Es algo casi terapéutico. Hacemos tantas cosas compulsivamente… supongo que como un mecanismo de autodefensa vamos empezando a elegir los estímulos, qué queremos decidir y qué no. Eso nos pasa también con el teléfono celular, con la comunicación electrónica… en algún momento uno siente que necesita tomar cierta distancia y poder elegir un poquito.
— ¿Cómo ve el fenómeno Internet?
— Estamos en el medio de una auténtica revolución. Probablemente sólo equivalente a la invención de la imprenta de Gutenberg. Es algo así. Sólo que éste es el paso de un mundo a otro que desconocemos.
— ¿Y como usuario o consumidor?
— Soy un dinosaurio. Por formación o deformación, con más de 60 años y por ser un observador, alguien que nunca ha vivido pensando en términos de vanguardia, de ruptura, de modificaciones ni cosas nuevas, sino que al contrario… siempre más cerca de una sensación de conciencia de la historia, de la tradición y de ciertas cosas que remiten atrás y no adelante. Creo que por eso muchos asistimos a una renovación de la cual somos espectadores. Este mundo, de algún modo, no nos pertenece. Y está muy bien que sea así.
— ¿Se lleva bien con esa sensación?
— Es muy raro. Lo que siento es que en el universo de valores y códigos que rige este mundo ya no es paulatinamente el mío. Tengo una hija de veinte años y es el mejor ejemplo: viven en otro mundo, coincidimos en tiempo y espacio, pero su universo de pensamientos, su manera de relacionarse, su cosmovisión, es otro mundo que el que yo veo. Y eso es muy raro.
— ¿Cuál es el lugar del libro de papel en ese contexto?
— El lugar del libro en todo esto… Bueno, la definición de (Umberto) Eco. El libro es un invento bárbaro, y es muy probable que como todos los buenos inventos -el paraguas, el inodoro, la cuchara- va a perdurar, porque funciona y sigue sirviendo. Puede convivir con otras cosas pero tiene ciertos rasgos propios. Lo que pasa es que durante muchísimo tiempo, los libros mantuvieron su condición de soporte monopólico del saber, del conocimiento. Y saludablemente, como todos los monopolios, tarde o temprano se caen. Y el libro debió compartir su espacio con otros soportes. Pero este tipo de cosas, nunca apocalíptico.
— Hay un mito que dice que los jóvenes leen menos ¿es así realmente?
— Pensemos que antes la lectura era un hecho que se producía en la casa o en la biblioteca, en un lugar cerrado: el libro no era algo trasladable. Y el pocket (ejemplar de bolsillo) transformó eso, y convirtió cualquier espacio en apto para leer. Pero hoy en día, prácticamente casi no se lee porque no existe tiempo de lectura. Se lee en la transición, en los intersticios, en las pausas: antes de dormir, en el baño, en el viaje. Es algo que no se parece a nada: hay que estar concentrado en una sola cosa, solo y en silencio. Y eso va a contramano de todo lo que hoy hacemos, siempre con actividades simultáneas y no necesariamente en silencio. Con el cambio de códigos y reglas, ya no resulta normal. Hoy, para informarse, basta con ver o escuchar. Antes, el soporte papel era ineludible, y hoy en día ya no. Y se dice que los jóvenes leen menos. Pero es que la sociedad toda lee menos.
— ¿Qué hace el mercado editorial con esta situación?
— Lo que se puede percibir, en líneas generales, es que hay dos fenómenos: la desnacionalización y la concentración. Yo, por ejemplo, en vez de ser autor de Sudamericana, ahora soy autor de la Random House. Es decir que para los grandes conglomerados editoriales, los mecanismos de decisión, se han trasladado fuera del eje del lugar de la producción, y todas se parecen entre sí. Ahora, simultáneamente, se produce una necesidad del negocio, del marketing, que deja al margen a un montón de cosas. Pero hay otro fenómeno: las modificaciones tecnológicas han hecho que sea más fácil editar hoy que antes. Hacer una pequeña editorial no cuesta nada. Es como tener una radio. Se ha democratizado en ese sentido. Hay cada vez más escritores, muchos buenos… Lo que no hay son lectores.

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