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UN PRÓCER Y UN BARRIO SIN TIEMPO

Escribe: Joaquín Castellanos
Fotos: Leonardo Vincenti


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“Allá lo tenemos”.
Desde el ingreso, por una puerta entreabierta, un dedo de mujer señala hacia una lejana pared del salón que está al otro lado. Entre las banderas nacional y provincial está la estampa del recordado político en blanco y negro.
Ir al encuentro de un homenaje no siempre resulta del todo gratificante. El olvido y el desencanto parecen estar atados a la memoria de aquel prohombre atormentado.

2
Había cumplido 70 años de edad hacía un mes y un día. Lisandro de la Torre y su angustia habitaron hasta el 5 de enero de 1939 el departamento porteño de calle Esmeralda 22, junto al fantasma de su admirado Leandro N. Alem. Como a él, un disparo suicida y un inmenso desengaño político le quitaron la vida.
Aquel año de la muerte del político rosarino, un capricho de la nomenclatura urbana, en el barrio que décadas después llevaría su nombre y tras el entubamiento del arroyo Ludueña, inauguró el Parque Alem, en honor al caudillo radical. 

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El Nuevo Banco de Santa Fe le da la espalda a una diagonal de césped que une las avenidas Alberdi y Génova. Unos murales desteñidos se asoman a ese paseo escondido donde un puñado de juegos infantiles se aburre, vacío de chicos, cerca de unas mesitas con asientos de concreto que tampoco esperan ya a nadie.
En un largo banco de madera, un grupo de señoras mayores charlan del tiempo, la familia, las noticias de la televisión.
Muy cerca de ellas hay un perímetro de rejas negras que encierra un mástil en el que flamea una bandera argentina. Más allá se eleva la joroba de un tinglado que en la fachada dice en letras negras “Asociación Vecinal Dr. Lisandro De la Torre”. 




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El rostro pétreo del fiscal de la Patria mira hacia el Sur. Está en el cantero central donde la avenida Alberdi se transforma en bulevar Rondeau. A la izquierda, cruzando la calle está la sonrisa de Juan Domingo Perón. Ambos bustos recuerdan dos épocas lejanas: la del fulgor de los irreductibles dogmas partidarios y, otra, en la que los homenajes todavía tenían forma de estatua.
En el monumento a su memoria, debajo del barbado y adusto rostro, hay una placa que intenta resumir su vida en unas pocas letras gastadas. Ahí se menciona su participación en la Revolución Radical, sus desavenencias –nada dice de la herida que le propinó Yrigoyen en un duelo a punta de florete, que lo llevó a dejarse la barba para siempre-; se habla de la fundación de la Liga del Sur y del Partido Demócrata Progresista (PDP); de su papel como diputado y senador en el Congreso de la Nación, de su lucha contra la corrupción y sus denuncias durante la década infame. Se nombra el asesinato de su ladero Bordabehere en plena sesión legislativa y también hace referencia a su retiro, ostracismo y suicidio.
“Defensor de la Libertad y la Democracia”, avisa una leyenda, y culmina: “vivió y murió austeramente”.  A su derecha se levanta un edificio inteligente que promete cambiar la fisonomía del lugar que se llama como él.


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Aunque ya no ejerce desde el año 1994, Beatriz sigue siendo docente. Su particular  coquetería, su modo de expresarse, su perfume. Todo indica que fue directora de escuela.
_ Por mi profesión, sé lo que es administrar. Sé manejar problemas porque de  eso se trata esto –dice la ex maestra que preside la institución barrial desde el año 2004.
Anteriormente había ocupado el cargo de secretaria pero cuando vio cómo funcionaba todo en aquella antigua comisión, se retiró. Pronto la agrupación fue intervenida por la provincia por irregularidades. Hasta que hace ocho años se hizo una convocatoria a todos los socios para armar listas e ir a elecciones. Ella se presentó y ganó.
_ Acá viene gente con problemas e intercedemos con el Centro (Municipal) de Distrito Norte, y siempre todo se ha solucionado… Cortes de luz, de agua… Menos lo de la seguridad que no podemos… está todo muy politizado –explica, como si “política” fuera una mala palabra.
            _ ¿Se lleva mal con los partidos?
            _ Nos llevamos bien con quienes nos ayudan. Trabajamos mucho… renegamos mucho para conseguir todo esto. Por eso me da rabia cuando vienen los punteros políticos a querer atropellar para que les prestemos el salón una vez por semana… esto es algo que costó mucho…
Suena el teléfono.
“Vecinal…”, dice con voz de aula. “Sí, sí, sí… escúchame, mamita, ahora vamos a juntar todos los viajes de marzo y de abril; veníte a la mañana que está la chica de Turismo y te puede informar…”, recomienda y acompaña su parlamento con gestos que hacen que las pulseras que trae puestas se choquen entre sí. 
La organización de viajes ha sido uno de las actividades con mayor adhesión de los vecinos. Ha sido, hasta que algunas agencias del rubro se establecieron en el barrio y empezó a mermar el número de pasajeros.

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Un grupo de hombres charla en la vereda.
_ Yo soy del 36.
_ Sí, 36… de zapato, es 36… Tiene como 90 años este desgraciado.
Un pizarrón avisa días y horarios de entrega del bolsón de alimentos del PAMI.
Dentro del predio de Alberdi 1183 también funciona el Centro de Jubilados  “Armonía” al que Beatriz, la ex directora de escuela, también dirige.
            Desde hace 4 años, desde ese espacio se ofrece buena cantidad de servicios a la comunidad: desde cursos de disciplinas artísticas como folclore o dibujo y pintura hasta tejido o idiomas, pasando por la atención odontológica y de enfermería, o clases de gimnasia para la tercera edad, taller de computación, asesoramiento jurídico y trámites jubilatorios, entre otros.
“Los viernes les damos té a las señoras mayores y jugamos al bingo gratis. Después les hacemos una rifita de un peso y se van todas contentas…”, explica la doble presidenta, acerca del papel vital que ocupan para buena parte de los habitantes de la zona.
Ocurre que Arroyito –antigua denominación que persiste y convive con el nombre actual del barrio Lisandro De la Torre- pese a ser popularizado por contener el  estadio mundialista del Club Atlético Rosario Central y ser receptor de multitudes de estudiantes para el Día de la Primavera en el Parque Alem, lleva consigo una realidad  muy diferente en su esencia.
            “Es un barrio de personas mayores. En general, estamos siempre los mismos. La gente es la de siempre”, señala Beatriz, ahora ya rodeada de algunas colaboradoras que llegan a la reunión de Comisión Directiva. Quienes se enorgullecen de dar fe de ese rasgo distintivo del lugar.



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El comentario general en la calle, a propósito de esa particularidad, es que se trata de un antiguo caserío ligado al ferrocarril y la industria al que el pulso del país fue postergando en materia laboral, principalmente en la segunda mitad del siglo pasado, desde los ’70 hasta tocar fondo en los ’90.
 “Acá hubo generaciones enteras que debieron irse a otro lado y los que nos  quedamos acá somos la mayoría matrimonios grandes que vivimos solos”, asevera un ex operario de Estexa devenido en comerciante ya retirado.
            “Y hay muchos que fueron partiendo…”, indica una mujer que a la par del comentario le apunta al cielo con las yemas de los dedos de una mano.           
“Recién ahora, últimamente –agrega la presidenta de la vecinal-, y en la avenida (Alberdi) se ve un poco más de gente nueva; en mi cuadra, por ejemplo, los de siempre vemos que empezaron a llegar algunos vecinos. Pero la diferencia es que por lo general alquilan, están un par de años y se van. No se conocen entre vecinos. No es como era antes”.
_ ¿Tiene que ver con eso que no haya gente joven en la Vecinal?
_ Puede ser. Pero pasa que los jóvenes no quieren agarrar. No quieren. Y menos si no hay plata –sentencia Beatriz.
_ Eso es acá y en todos lados –dice una señora de bastón-; eso es general –sostiene, categórica.


           
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Durante el verano, la atención al público fue sólo mediodía pero desde marzo el horario pasa a ser de mañana y tarde.
Cada quince días, el grupo de trabajo se reúne bajo el tinglado.
“Yo hago las dos reuniones juntas: de la Vecinal y del Centro de Jubilados. Lo que pasa es que nadie quiere venir. Todos trabajamos ad honorem (menos la enfermera que le paga PAMI con subsidios y unos pesitos le damos nosotros). Y somos toda gente grande: casi todos los que estamos  formamos parte de las dos comisiones –confiesa la titular de ambas entidades-; así que las reuniones son comunes, aunque queda asiento en dos libros de actas diferentes”.
En realidad, la reunión de Comisión Directiva es todo un acontecimiento. Se realizan los viernes y tras tratar los asuntos del quehacer vecinal y jubilatorio en simultáneo, el broche es una cena de amigos en el salón principal.
            “De los casi 20 que participan seremos 12 o 13 que venimos y después de la reunión aprovechamos para comer algo. Compartimos una picadita o unas pizzas. O los hombres hacen en el parrillero un chorigol”, da cuenta Beatriz.


 
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La vecinal fue creada hace casi 50 años.
“En la ciudad de Rosario (…) el día 24 de Abril de 1962 se resuelve por unánime decisión de la Asamblea General convocada por la Asociación de Amigos de la Av. Génova y sus contornos, dejar definitivamente constituida la Asociación Vecinal Dr. Lisandro De la Torre (…)”, reza el artículo 1° del estatuto institucional, unas nueve páginas amarilladas por los años donde también consta la jurisdicción pertinente: “al Sud (sic) las tres vías, al Norte el Arroyo Ludueña y calle Augusto J. Olivé, al Este el Río Paraná y la calle Esteban Echeverría y al Oeste la calle Corazzi de A. J. Olivé o Rubén Darío”.
Además de dejar en claro los requisitos a reunir para formar parte de ella: “practicar vida honesta y de buena vecindad”.
            Desde sus comienzos, en la sede improvisada en un pequeño salón del Sanatorio de Niños –donde ya había sido refundada en los ’70 por el socio N°001, Eduardo Carboné-, se registraron unos 3600 asociados aunque en la actualidad pagan su cuota alrededor de 200 vecinos.
            El lugar que ocupan hoy pertenece a la municipalidad de Rosario y fue cedido mediante convenios desde hace unos doce años.
            Ahí están, como detenidos en el tiempo, los experimentados vecinalistas y la memoria del padre del Partido Demócrata Progresista que flota pesada en ese rincón de la zona Norte de la ciudad.
“Lisandro de la Torre fue un hombre con una moral y una dignidad que hoy no hay. Sea del partido que sea, hoy no lo tenemos”, dice uno de los hombres que bromeaba afuera, pero ahora con un rictus que denota claramente su cambio de tono.
“Fue el que prohibió que los ingleses nos robaran la carne”, ensaya otro una definición resumida y contundente.
Camino a la puerta, una mano de uñas perladas extiende un almanaque de 2012 con la foto de la vecinal que parece coloreada a lápiz. Está hecho en la computadora y recortado a tijera.

(La presente es parte de la cuarta entrega de una serie de crónicas llamada "LAS COSAS POR SU NOMBRE", dedicada a contar historias detrás de las instituciones, emprendimientos y espacios que se llaman como rosarinos célebres. La nota completa forma parte de la Revista Rosario Express de marzo de 2012, que desde el lunes 12 estará en los kioskos) 

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